Suburbano Ediciones

Historia de un brazo

  Mi hijo Adolfo me dio la noticia. Mi madre lo llamó por teléfono a media mañana para que fuera él quien se ocupara de comunicármelo. “Para ella era difícil decírtelo, papá”. Vi en Adolfo una expresión abatida. Me abrazó. Como es más grande que yo, y con sobrepeso, me sentí estrujado y con cierto sofoco. Mi padre muerto. Los detalles de cómo sucedió los obtuve después, no por Adolfo sino por mi madre. La llamé por teléfono apenas él se marchó. Lo que le sucedió a mi padre fue algo previsible. No soportó una de las sesiones de diálisis a las que estaba sometido en los últimos años. Sabíamos

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Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que

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Adelanto de la «Los ojos de mi padre», novela de Isabel Ibáñez de la Calle

  Sí, es tu muñeco. Es la primera vez que lo nombras así. Ellos no te entienden, así que te ves forzado a decir su nombre. Más fuerte. Más claro. Su nombre. Sientes un dolor en la entrepierna, la garganta inflamada, ganas de ir al baño. Crees que de un momento a otro te dirán, señor, esto es un error, es el hijo de alguien más, este muchacho no es Gerardo Torres Maya, se parece mucho, pero usted se equivocó. Gerardo te hablará por teléfono entonces y te dirá, papá ¿dónde estás? Tú intentarás explicarle que estás en el Servicio Médico Forense reconociéndolo. ¿Qué haces ahí, papá? No sé, hijo,

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A propósito del caos y su belleza

Reseña de Aquí no hubo ni una estrella, por Esteban Miranda Si uno deja de lado las tediosas implicaciones prácticas, la ruptura de un vaso de vidrio al chocar contra el suelo es una imagen conmovedora. Las docenas de pedazos que huyen en todas direcciones son los últimos testigos de un evento verdaderamente asombroso. Y es que haciendo uso de un concepto propio de otros  terrenos, la entropía, magnitud que describe lo irreversible, es omnipotente. Incluso su etimología, vieja maña de algunos narradores, es contundente. Entropía significa transformación, implica, pues, que hace parte de todos y de todo; porque nada en este mundo, ni siquiera ese reducido grupo de cosas

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La librería del mal salvaje: adelanto de novela de Hernán Vera Álvarez

“Toda estadística, toda labor meramente descriptiva o informativa, presupone la espléndida y acaso insensata esperanza de que en el vasto porvenir, hombres como nosotros, pero más lúcidos, inferirán de los datos que les dejamos alguna conclusión provechosa o alguna generalización admirable”.                        (“Una tarde con Ramón Bonavena”, Crónicas de Bustos Domecq) “Una de las pocas cosas que dijo en su vida con algún sentido Camilo José Cela es que una novela es un libro que en la tapa y debajo del título dice novela”.                                                       (Eduardo Lalo, revista Ñ) El orden de las cosas Una biblioteca es una autobiografía. En este caso, los libros que vendemos tienen la dictadura del mercado

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El último NYTimes: adelanto de novela

New York – Cleveland -¿Ya terminó de leerlo? —preguntó el pasajero sentado frente a él. -No, no…—Benjamin dobló el periódico con cuidado y comenzó a guardarlo en el bolsillo interno de su saco, pero la mirada censora del otro le hizo dudar e intentó darle alguna explicación. -No es de hoy, es de hace dos días, se lo llevo a un amigo. Con un pequeño gesto el otro pasajero dio a entender que no necesitaba más explicaciones y Benjamin estuvo seguro de que no habría más intercambio de palabras de ahí a Cleveland. Mejor así. Benjamin no estaba de ánimo para conversar y mucho menos para que alguien le diera

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Leopoldo María Panero, o Las Máscaras del Tarot

Por Alan Rafael Santacruz Farfán No abundaré mucho en la obra de Panero que, para eso —ya en esta mesa— hay doctos que con más gracia y elocuencia podrán discurrir sobre los trabajos del poeta. Quisiera, sí, hablar sobre la urdimbre del libro que nos convoca. Leopoldo María Panero, o Las Máscaras del Tarot (Suburbano Ediciones, 2017), de Xalbador García, es un libro magnético y revelador. Es capaz de atraer, tanto al erudito como al neófito, y —a la vez— posee la claridad para revelar —a la par de los rasgos del poeta— los de la locura; por eso este texto es universal, ya que nos revela también una parte

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Andor

Tal parece que la idea de “aquí estamos solo de paso” nos ha dejado de lado la vida y nos mantiene a la expectativa de que algo suceda. En Andor, una especie de purgatorio pero con aspecto de hotel de lujo, Edgar, tras intentar suicidarse y quedar en coma (así es como llega a Andor), no se decide si volver a la vida o acabar con ella. Mientras tanto, se cuestiona la pertenencia a todo: a un territorio, a un género… a la existencia, para acabar pronto. Perteneciente al género de ciencia ficción, aunque no del todo. Uno no deja de pensar que está de paseo en un no-lugar, como

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Shogún inflamable

La primera vez que me enfrenté a la escritura de Salvador Luis, lo hice con la buena guía que suponen los comentarios que Vicente Luis Mora escribió en su blog de El Boomeran(g) sobre Prontuario de los pies y de los zapatos (2012). Ahora me sumerjo en Shogun inflamable (2014), libro de relatos publicado por la editorial Casa Tomada, completamente virgen; y créanme que la experiencia al enfrentarse a esa galería de personajes contemporáneos monstruosos y sádicos es digna de tenerse en cuenta. Los directores académicos de Salvador Luis siempre recuerdan de él su capacidad para sintetizar en muy poco espacio brillantes ensayos literarios en los que su brevedad nunca era obstáculo para analizar en profundidad todo lo

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El último comunista de Miami

El cubículo y la oficina no son el lugar más inspirador para un relato, pese a que muchos pasamos gran parte de nuestras vidas en esa pantomima que es trabajar, pretender que lo haces mientras actualizas tu status en Facebook, y desarrollar tanto tus capacidades profesionales como un incipiente síndrome del túnel carpiano. Desde el Bartleby de Melville (y seguramente antes), la vida oficinesca ha originado un subgénero literario que en estos tiempos de incertidumbre económica vuelve a cobrar prominencia. La “literatura de oficina” (a falta de un mejor nombre) suele caracterizarse por el sarcasmo kafkiano de sus personajes, seres atomizados que trabajan para – y se encuentran a merced

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Historia de un brazo

  Mi hijo Adolfo me dio la noticia. Mi madre lo llamó por teléfono a media mañana para que fuera él quien se ocupara de comunicármelo. “Para ella era difícil decírtelo, papá”. Vi en Adolfo una expresión abatida. Me abrazó. Como es más grande que yo, y con sobrepeso, me sentí estrujado y con cierto sofoco. Mi padre muerto. Los detalles de cómo sucedió los obtuve después, no por Adolfo sino por mi madre. La llamé por teléfono apenas él se marchó. Lo que le sucedió a mi padre fue algo previsible. No soportó una de las sesiones de diálisis a las que estaba sometido en los últimos años. Sabíamos

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Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que

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Adelanto de la «Los ojos de mi padre», novela de Isabel Ibáñez de la Calle

  Sí, es tu muñeco. Es la primera vez que lo nombras así. Ellos no te entienden, así que te ves forzado a decir su nombre. Más fuerte. Más claro. Su nombre. Sientes un dolor en la entrepierna, la garganta inflamada, ganas de ir al baño. Crees que de un momento a otro te dirán, señor, esto es un error, es el hijo de alguien más, este muchacho no es Gerardo Torres Maya, se parece mucho, pero usted se equivocó. Gerardo te hablará por teléfono entonces y te dirá, papá ¿dónde estás? Tú intentarás explicarle que estás en el Servicio Médico Forense reconociéndolo. ¿Qué haces ahí, papá? No sé, hijo,

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A propósito del caos y su belleza

Reseña de Aquí no hubo ni una estrella, por Esteban Miranda Si uno deja de lado las tediosas implicaciones prácticas, la ruptura de un vaso de vidrio al chocar contra el suelo es una imagen conmovedora. Las docenas de pedazos que huyen en todas direcciones son los últimos testigos de un evento verdaderamente asombroso. Y es que haciendo uso de un concepto propio de otros  terrenos, la entropía, magnitud que describe lo irreversible, es omnipotente. Incluso su etimología, vieja maña de algunos narradores, es contundente. Entropía significa transformación, implica, pues, que hace parte de todos y de todo; porque nada en este mundo, ni siquiera ese reducido grupo de cosas

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La librería del mal salvaje: adelanto de novela de Hernán Vera Álvarez

“Toda estadística, toda labor meramente descriptiva o informativa, presupone la espléndida y acaso insensata esperanza de que en el vasto porvenir, hombres como nosotros, pero más lúcidos, inferirán de los datos que les dejamos alguna conclusión provechosa o alguna generalización admirable”.                        (“Una tarde con Ramón Bonavena”, Crónicas de Bustos Domecq) “Una de las pocas cosas que dijo en su vida con algún sentido Camilo José Cela es que una novela es un libro que en la tapa y debajo del título dice novela”.                                                       (Eduardo Lalo, revista Ñ) El orden de las cosas Una biblioteca es una autobiografía. En este caso, los libros que vendemos tienen la dictadura del mercado

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El último NYTimes: adelanto de novela

New York – Cleveland -¿Ya terminó de leerlo? —preguntó el pasajero sentado frente a él. -No, no…—Benjamin dobló el periódico con cuidado y comenzó a guardarlo en el bolsillo interno de su saco, pero la mirada censora del otro le hizo dudar e intentó darle alguna explicación. -No es de hoy, es de hace dos días, se lo llevo a un amigo. Con un pequeño gesto el otro pasajero dio a entender que no necesitaba más explicaciones y Benjamin estuvo seguro de que no habría más intercambio de palabras de ahí a Cleveland. Mejor así. Benjamin no estaba de ánimo para conversar y mucho menos para que alguien le diera

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Leopoldo María Panero, o Las Máscaras del Tarot

Por Alan Rafael Santacruz Farfán No abundaré mucho en la obra de Panero que, para eso —ya en esta mesa— hay doctos que con más gracia y elocuencia podrán discurrir sobre los trabajos del poeta. Quisiera, sí, hablar sobre la urdimbre del libro que nos convoca. Leopoldo María Panero, o Las Máscaras del Tarot (Suburbano Ediciones, 2017), de Xalbador García, es un libro magnético y revelador. Es capaz de atraer, tanto al erudito como al neófito, y —a la vez— posee la claridad para revelar —a la par de los rasgos del poeta— los de la locura; por eso este texto es universal, ya que nos revela también una parte

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Andor

Tal parece que la idea de “aquí estamos solo de paso” nos ha dejado de lado la vida y nos mantiene a la expectativa de que algo suceda. En Andor, una especie de purgatorio pero con aspecto de hotel de lujo, Edgar, tras intentar suicidarse y quedar en coma (así es como llega a Andor), no se decide si volver a la vida o acabar con ella. Mientras tanto, se cuestiona la pertenencia a todo: a un territorio, a un género… a la existencia, para acabar pronto. Perteneciente al género de ciencia ficción, aunque no del todo. Uno no deja de pensar que está de paseo en un no-lugar, como

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La primera vez que me enfrenté a la escritura de Salvador Luis, lo hice con la buena guía que suponen los comentarios que Vicente Luis Mora escribió en su blog de El Boomeran(g) sobre Prontuario de los pies y de los zapatos (2012). Ahora me sumerjo en Shogun inflamable (2014), libro de relatos publicado por la editorial Casa Tomada, completamente virgen; y créanme que la experiencia al enfrentarse a esa galería de personajes contemporáneos monstruosos y sádicos es digna de tenerse en cuenta. Los directores académicos de Salvador Luis siempre recuerdan de él su capacidad para sintetizar en muy poco espacio brillantes ensayos literarios en los que su brevedad nunca era obstáculo para analizar en profundidad todo lo

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El último comunista de Miami

El cubículo y la oficina no son el lugar más inspirador para un relato, pese a que muchos pasamos gran parte de nuestras vidas en esa pantomima que es trabajar, pretender que lo haces mientras actualizas tu status en Facebook, y desarrollar tanto tus capacidades profesionales como un incipiente síndrome del túnel carpiano. Desde el Bartleby de Melville (y seguramente antes), la vida oficinesca ha originado un subgénero literario que en estos tiempos de incertidumbre económica vuelve a cobrar prominencia. La “literatura de oficina” (a falta de un mejor nombre) suele caracterizarse por el sarcasmo kafkiano de sus personajes, seres atomizados que trabajan para – y se encuentran a merced

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