En Texarkana, Iván Parra García traza un mapa de lo invisible: ese territorio donde la vida cotidiana se fractura en silencio, como una fisura en el suelo después de un temblor. Relatos breves, todos unidos por un aire denso y crepuscular, componen este libro publicado por Sudaquia Editores. Hay un pueblo que funciona como escenario central —Texarkana—, pero también hay una atmósfera: el rumor constante de que algo se está por quebrar. Y cuando se quiebra, lo hace sin estridencias, como si la tragedia fuera rutina.
Una constelación de historias
El volumen abre con “Resplandor de una desaparición”, donde el padre Rochester observa unas aves metálicas que sobrevuelan el cielo del pueblo sin explicación. En este relato inaugural ya se insinúan los temas que recorrerán el libro: la sospecha de que algo extraño sucede, la fragilidad de la fe, y la idea de que lo sobrenatural está al acecho, pero nadie lo nombra.
Le sigue “El recuerdo de lo que permanece”, donde Salvador y Sara, un matrimonio desgastado, visitan una feria local. Un encuentro casual con una figura del pasado reabre heridas viejas, y la historia se convierte en una meditación delicada sobre la memoria y el desencanto.
En “La agonía del canino”, Amanda —una empleada de la estación de tren— encuentra un perro moribundo y debe enfrentarse, también, a su embarazo oculto y al desprecio del padre de su hijo. Es uno de los relatos más íntimos y humanos del libro: sin exagerar, se siente como una pequeña tragedia contemporánea.
“El espectro de lo extraordinario” y “Persecución bajo las sombras” profundizan en el clima de paranoia rural. Desapariciones, rumores, silencios. En este último, un adolescente sufre una brutal agresión escolar durante un eclipse lunar. Lo astronómico se superpone con lo violento. La noche brilla, pero no para iluminar: para revelar lo peor.
El cuento que da nombre al libro, “Texarkana”, narra la historia de Santiago, un joven que abandona su país, a su novia y a su familia para migrar a este pueblo lejano y desconocido. Es un relato sobre la culpa, la renuncia y la tensión entre quedarse o huir. Aquí, Texarkana no es solo un lugar geográfico, sino también un destino emocional: lo que uno no puede evitar.
Entre luces, sombras y despedidas
En la segunda mitad del libro, los relatos se hacen más introspectivos y oníricos. “Sueños de la Vía Láctea” narra el regreso inexplicable de un abuelo que había desaparecido. El reencuentro es tan inquietante como tierno. “Desde allá nos observan”, dice el abuelo, y no sabemos si habla de extraterrestres, del más allá o simplemente de nuestras propias conciencias.
En “Todos los domingos son iguales”, un hijo visita a su padre alcohólico. Hay redención, pero también distancia. “El amor es un juego de perdedores” y “La tempestad de los desafortunados” vuelven al tono melancólico de las relaciones rotas, los amores cansados, los destinos fallidos.
“Ámsterdam” y “Pájaros negros” introducen escenarios más urbanos o metafóricos, pero siguen explorando la misma pregunta: ¿cómo sobrevivimos a lo que no entendemos? ¿Cómo narramos el dolor cuando ya no queda lenguaje?
El libro cierra con “Delirio de una intuición” y “Noctámbulo”, dos piezas breves y atmosféricas donde el delirio y la vigilia se confunden. Es un final perfecto para un libro que nunca promete respuestas, solo el eco de una sospecha.
Una poética del desconcierto
Parra García escribe con una sensibilidad rara: sus historias tienen el ritmo de los susurros y el filo de los silencios. Hay una tristeza hermosa en sus personajes, una humanidad sin adornos. En algunos pasajes, el tono recuerda a Juan Rulfo o a Carson McCullers, pero también a series como The Leftovers o Outer Range, donde lo rural y lo paranormal se abrazan sin aspavientos.
Con este libro, Iván Parra García demuestra que se puede narrar lo fantástico desde la intimidad y lo político desde la sutileza. Nos entrega un conjunto de relatos donde el desconcierto es una forma de belleza. Un mapa sin brújula. Un pueblo donde “todos los domingos son iguales” y, sin embargo, cada uno puede ser el último.