La novela ¿Quién mató a la cantante de jazz? de Tatiana Goransky se abre como una canción de Nina Simone en una madrugada de humo y neón: con una muerte súbita, un escenario saturado de emociones y un misterio que pide a gritos un narrador. La primera línea ya lo deja claro: “La Cantante de Jazz está muerta.” Así, sin anestesia, empieza esta historia que vibra con el ritmo de lo noir, pero donde la voz femenina se impone con fuerza e ironía.
El escenario y la música del crimen
La escena del crimen es casi una instalación artística: el cuerpo de la cantante yace fuera del Salón Champagne, con su vestido rasgado, marcas en el cuello y una poética triste que parece ensayada. Como si su muerte misma fuese parte del show. Los músicos no lloran: tocan. El jazz se convierte en respuesta, en homenaje y, quizás, en coartada.
Desde el primer capítulo, Goransky sienta las bases de su estilo: narración fragmentada, ritmo acelerado, personajes que se mueven entre lo grotesco y lo entrañable, y un universo tan reconocible como caricaturesco. El jazz no es sólo música de fondo: es una forma de ver el mundo, una estructura narrativa. Caótica, apasionada, impredecible.
Los personajes: caricatura y humanidad
Alejo, el periodista asignado a cubrir el caso, funciona como el detective amateur que observa más de lo que comprende. Pero los verdaderos protagonistas son los excéntricos personajes que pueblan el ambiente artístico: músicos, managers, groupies, periodistas y fans. Cada uno tiene su propia versión de los hechos, sus rencores y una relación particular con la víctima, que, incluso muerta, domina la escena.
Goransky los dibuja con trazos gruesos y ciertos tics de novela gráfica: parecen salidos de un cómic noir o de una película de Almodóvar. Pero bajo esa superficie estrafalaria, hay una crítica punzante al machismo del ambiente artístico, a la explotación de los cuerpos femeninos y a la romantización de la tragedia.
Estructura: entre el policial y el cabaret
La novela se construye como una serie de actos: no hay capítulos tradicionales, sino viñetas que imitan la lógica de un show de variedades. Esto le da fluidez, pero también una cierta discontinuidad que exige atención del lector. Como un buen solo de saxofón, la historia avanza con desvíos inesperados, repeticiones hipnóticas y una progresión emocional más que lógica.
No hay un detective brillante ni un asesino meticuloso. Hay sospechas, enredos, celos, contratos rotos y una pregunta que suena como una nota sostenida: ¿Quién mató a la cantante de jazz? Pero la respuesta, como en el mejor jazz, importa menos que el viaje.
Donde el crimen se canta
¿Quién mató a la cantante de jazz? no es una novela para resolver un crimen, sino para habitarlo. Goransky nos invita a mirar de cerca ese mundo de luces apagadas y micrófonos encendidos, donde cada personaje improvisa su versión de la verdad. El jazz, con su belleza rota y su sensualidad melancólica, no solo está en el título: es el lenguaje secreto de toda la historia.
Tatiana Goransky compone una partitura literaria que vibra entre la risa, la crítica y la tristeza. Una novela que no se lee: se escucha.