
Para comerte mejor
Uno de mis cuentos favoritos de infancia es “La vendedora de cerillas” (en ese español lo leí, así aprendí, probablemente, qué eran las “cerillas”). Me imagino lo recuerdan. Ese de la niña que vende fósforos el día de navidad. Y hace frío y la chica comienza a encender los fósforos y, con cada chispazo, con cada llamita tenue, llegan imágenes felices. La niña los enciende, uno tras otro, hasta que se queda sin más. El final es triste y tremendo, como los de los mejores cuentos de hadas, un final brutal. Uno luego se olvida con los años, pero por lo general uno sale de los cuentos de hadas de