Primera vuelta: escribir con los pies
«El día en que Corre Lola Corre dejó sin aire a Murakami» no es simplemente un libro de crónicas: es una carrera de fondo con estaciones de respiro narrativo. Keila Vall de la Ville no escribe, respira. Y cuando respira, corre. Y cuando corre, piensa. Este libro—un compendio de 17 textos—es un manifiesto emocional sobre la extranjería, la escritura, el cuerpo, la ciudad y la ternura como acto político.
Desde la primera crónica, la autora se planta frente a Murakami con sus propios tenis puestos, cruzando la pista de la experiencia personal con el pensamiento crítico. ¿Es realmente opcional el sufrimiento, como apunta el japonés? ¿Y si no lo es, qué hacer con ese segundo dolor, ese que llega después de la primera flecha? Correr, para Vall de la Ville, no es solo desplazamiento físico: es una forma de meditar en movimiento, una práctica de tapas, de purificación. Es escritura encarnada.
Segundo tramo: lo mínimo y lo periférico
Hay una poética clara en la elección de los temas: todo aquello que parece menor, Vall de la Ville lo eleva a centro. La observación de una mujer agotada en el metro junto a tres niños desatendidos («Sin nadie que pregunte, sin nadie que me preste atención») se convierte en un ensayo sobre la mirada y la invisibilidad. La conversación efímera con un hombre sin hogar en la línea 6 del Subway se transforma en un mapa emocional del desencuentro y la dignidad.
Nada aquí es anecdótico. Cada historia está pensada, tejida, llevada al borde del ensayo literario y devuelta, con suavidad, al terreno del relato íntimo. Hay un compromiso con la experiencia vivida, pero también con su elaboración estética y ética. El lenguaje se despliega con una claridad que no excluye lo poético. Hay metáforas, sí, pero puestas con el cuidado justo, como si fueran zancadas firmes en una carrera larga.
La línea de llegada: una extranjería compartida
Las crónicas de este libro son profundamente neoyorquinas, y al mismo tiempo, profundamente venezolanas. Pero no de forma dual, sino transfronteriza. La extranjería es aquí una lente, no una bandera. Se cuela en la voz, en las preguntas que formula, en los modos de mirar.
En «Find my iPhone», por ejemplo, lo que comienza como la pérdida de un teléfono acaba siendo un testimonio coral de humanidad urbana: un retrato de Yokasta, una supervisora de autobuses que devuelve el teléfono perdido sin pedir nada a cambio, pero que sí pide (y recibe) una lista de libros para sus hijos. La escritura de Keila Vall de la Ville encuentra allí su poder: en esa alquimia entre lo mínimo y lo trascendente, entre el dato y la emoción.
Para volver a leer
Este libro nos recuerda que escribir no es una forma de escapar, sino una forma de quedarse, de permanecer. Como Lola, la del título, que corre para que todo se transforme, Vall de la Ville corre con sus palabras para llegar al lugar donde la literatura empieza: allí donde los afectos no se explican, pero se sienten.
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