¿Quién hubiera dicho que una novela de procedimientos forenses podía convertirse en una experiencia tan íntima, casi confesional, sin perder ni un ápice de tensión narrativa? Epicrisis, la segunda novela de Gastón Intelisano, se abre como una autopsia meticulosa no solo de los cadáveres que llegan a la morgue judicial de Buenos Aires, sino también de la vida urbana, del cuerpo institucional, y de las fragilidades humanas que se cuelan incluso entre los guantes de látex.
Desde la primera página, Santiago Soler —el protagonista, un perito forense llegado desde Mar del Plata— se convierte en nuestros ojos, nuestros sentidos y nuestras preguntas. El escenario está tan vívidamente delineado que uno casi puede oler el formol, escuchar el chirrido de la sierra y sentir la tensión en la sala de autopsias cuando un caso escapa a la rutina. Intelisano no solo conoce el ambiente, lo ha habitado. Y eso se nota: Epicrisis no es una ficción impostada ni un thriller más que busca encajar una muerte en una fórmula. Es, más bien, un diario de lo irrepresentable.
Realismo forense, tensión narrativa
La novela se mueve en dos tiempos: la descripción minuciosa del trabajo en la morgue judicial (sus rituales, sus protocolos, sus personajes entrañables como Dante o el doctor Moller) y la irrupción de un crimen que escapa a toda lógica. El asesinato de un joven cerca de Ciudad Universitaria abre una investigación tan policial como existencial. No solo hay un misterio por resolver, sino también un mundo que se empieza a resquebrajar: la propia vida del forense, sus vínculos, su salud, y su manera de concebir la muerte.
Uno de los grandes logros de Intelisano es el equilibrio entre el detalle técnico y el tono narrativo. El lenguaje nunca se vuelve clínico, aunque hable de cráneos, vísceras, rigores mortis y suelas con rastros de musgo. Cada paso del proceso forense es explicado con precisión, pero también con un ritmo atrapante que recuerda al mejor true crime, aunque aquí todo sea ficción. O al menos, eso nos gusta creer.
Un thriller con alma
A medida que avanza la historia, el lector se sumerge también en una investigación que va ganando capas: la aparición del cadáver degollado es apenas el principio. Luego, vendrá el asesinato (¿o suicidio?) de la doctora Godoy, una colega cercana. La sospecha crece, los rastros vegetales en la ropa del cadáver se convierten en pistas, la ciudad se vuelve opaca y amenazante. La muerte, como decía Camus —una de las epígrafes iniciales—, se vuelve espejo de la sociedad.
El personaje de Santiago Soler está construido con humanidad y contradicciones. Es un forense sensible, con conciencia ética, que observa a los muertos pero también escucha lo que su silencio dice. Tiene cuerpo, historia, y no es infalible: se desmaya en medio de una autopsia, extraña su cama, se siente solo. La novela no lo presenta como héroe sino como humano, lo cual resulta infinitamente más creíble.
Lo que queda después
Epicrisis —palabra que remite al resumen clínico tras una enfermedad o a la historia médica de un cadáver antes de su autopsia— es, en definitiva, una metáfora. Un libro que nos obliga a leer, con la lupa de la literatura, lo que queda después del trauma, del crimen, de la pérdida. La morgue se convierte así en un escenario moral, donde no solo se desarma un cuerpo, sino también las certezas del lector.
Gastón Intelisano ha logrado algo difícil: escribir un thriller argentino profundamente anclado en la realidad institucional, con personajes entrañables, diálogos verosímiles, y una mirada que nunca se vuelve morbosa. Su prosa es precisa, sobria, sin adornos innecesarios, pero con destellos de ternura y humor en los lugares menos esperados.
No es solo un policial: es una novela sobre cómo convivimos con la muerte. Y sobre todo, cómo la escuchamos.
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