¿Quién mata en Estados Unidos en español?
La respuesta es clara y contundente: ellas. Trece mujeres latinoamericanas, trece escritoras, trece imaginarios del crimen que se instalan como una sacudida —no solo al género policial, sino también a la literatura escrita en español desde Estados Unidos. Ellas cuentan (Sudaquia Editores, 2019), antología editada por Gizella Meneses y Melanie Márquez Adams, es una rareza preciosa: la única colección de crime fiction escrita en español en EE. UU. exclusivamente por autoras latinoamericanas.
El dato no es menor. No estamos ante un simple recopilatorio de cuentos criminales. Esta antología representa una intersección: género negro, mirada femenina y experiencia migrante. En un país donde el español es hablado por más de 42 millones de personas, y donde la literatura en español sigue buscando (y creando) sus espacios, esta antología llega como una afirmación radical: nosotras también contamos. Y sabemos cómo contar el crimen.
El crimen como espejo
Desde el primer relato, Sastre mosca de Azucena Hernández, queda claro que estas historias no buscan complacer a la tradición del whodunit. Aquí no hay detectives brillantes ni giros narrativos de última página. Lo que hay es putrefacción, rabia, cuerpos violados, traumas en vigilia y sueños partidos. La violencia, más que un enigma, es un estado de la materia.
El crimen se narra desde adentro: en Defensa propia de Teresa Dovalpage, una editora de periódico del norte de Nuevo México revive su pasado violento mientras encubre, con un perjurio, el asesinato de un abusador. Hay humor, sí, pero también una feroz crítica al sistema judicial, a la indiferencia del entorno y a los límites (o no) de la ética.
En Ángeles negros, de Anjanette Delgado, lo criminal se vuelve poético, casi gótico. Una mujer escucha llantos nocturnos que provienen del apartamento vecino y descubre el horror más íntimo: una niña secuestrada y encerrada como experimento de un hombre enloquecido. No es solo un crimen: es una herida generacional.
El género es el cuerpo
No hay crimen inocente. No hay relato sin cuerpo. En Ellas cuentan, el cuerpo —femenino, racializado, infantil, queer, migrante— es una y otra vez el campo de batalla. Desde el travesti violado y criminalizado de Pena máxima (Kianny N. Antigua) hasta la bailarina de Tropicana que envenena a su cuidadora en La última colada de café (Dainerys Machado Vento), las autoras eligen narrar el crimen desde la carne: con sus marcas, cicatrices, fluidos, dolores y pulsiones.
Estos cuerpos, sin embargo, no son víctimas pasivas. En Bosque de muñecas, Melanie Márquez Adams subvierte el slasher adolescente y convierte a la última “damita” en quien, en medio del bosque, toma control de la narrativa. La víctima final, Mariana, no huye del asesino: corre hacia él. Corre hacia otra forma de relato.
Lengua de frontera
Lo más fascinante de la antología es que sus autoras escriben desde distintos lugares físicos y simbólicos: Miami, Chicago, Nuevo México, Puerto Rico, Nueva York. La violencia aquí no es solo una cuestión de género o clase. Es también una cuestión de lengua, de acento, de nostalgia, de traducción cultural. Escriben desde el margen, pero también desde el corazón de Estados Unidos, un país donde ser escritora y latina en español ya es, de por sí, un acto político.
A esto se suma la riqueza estilística: hay relatos líricos, sarcásticos, narrados desde la infancia o la vejez, desde la rabia o la disociación. Hay estructuras circulares, voces múltiples, monólogos interiores. La variedad narrativa es un testimonio del poder creativo de esta generación de autoras.