Volver también es destierro — Una lectura de «No me hablen de Cuba», de Grethel Delgado

Una llegada sin bienvenida

“Nadie me recibe y nadie me va a despedir. Hace tiempo dejé de creer en Ítaca.” Así comienza No me hablen de Cuba, con una frase que es golpe seco, confesión íntima y manifiesto generacional. En esta novela, Grethel Delgado no escribe un regreso. Escribe una herida que se reabre. La de la patria que se lleva en el cuerpo como un tatuaje borroso. Esa patria que no siempre es país ni familia, y mucho menos consuelo.

El punto de partida es una mujer que vuelve a La Habana tras años de exilio. No hay épica ni romanticismo en su regreso. Lo que hay es desencanto, ironía y rabia contenida. En el aeropuerto observa a quienes esperan entre llantos y recuerdos, pero ella ya no pertenece a ese drama coral. Su retorno no es celebración, sino confrontación con lo que fue y ya no puede ser.

Crónica del desencanto

Delgado narra con una voz potente y precisa, donde cada párrafo parece decir “esto también duele”. En su estilo se mezcla la introspección con la observación aguda del entorno, como si la protagonista fuera una cronista emocional. La Habana no aparece como postal ni como espacio mítico. Es un escenario desgastado, casi teatral, donde el reencuentro con una amiga condensa todos los reencuentros posibles. Con la memoria, con las ausencias, con la culpa.

La novela toca el desarraigo desde la extrañeza más que desde la nostalgia. La protagonista se pregunta “¿Qué es la patria?”, pero no hay respuestas cerradas. Su mirada se posa sobre los uniformados en la aduana, sobre los rostros que no quiere mirar, sobre las historias familiares vendidas o enterradas. Todo le resulta familiar y ajeno al mismo tiempo. Y esa lucidez, aunque incómoda, es también su fuerza.

Una voz que desarma

Una de las mayores virtudes del texto es el tono. No hay solemnidad. La voz narrativa es cálida, rota, irónica, capaz de pasar del recuerdo personal a la crítica social sin gritar. Es una escritura sin filtros, que confiesa, interpela y resiste. En la brevedad de sus capítulos se condensa una mirada compleja sobre el exilio. Ese limbo entre pertenecer y no querer pertenecer.

Delgado no entrega una narrativa de redención. Esta no es una historia de reconciliación con la tierra natal. Es una apuesta más honesta. Una escritura que se atreve a decir que volver también puede ser otra forma de exilio. Que Cuba, con toda su carga simbólica y emocional, también puede ser una herida que no cicatriza.

 

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