Una princesa sobre asfalto caliente

Resulta difícil salir entero después de leer Princesa Miami. Porque no es solo un libro: es un mapa emocional, un diario urbano, una cicatriz abierta. Con este conjunto de textos —crónicas, ensayos breves, testimonios íntimos— Legna Rodríguez Iglesias no pide permiso para hablar de la ciudad donde vive, sino que la reescribe a su manera: fragmentada, feroz, cómica, real.

Un atlas desde adentro

El subtítulo no es decorativo: Princesa Miami funciona como un “atlas político y de población”, pero desde una geografía afectiva. A través de más de treinta crónicas breves, la autora construye una cartografía del exilio cubano en el sur de Florida. Cada texto es una entrada en ese mapa. Una calle, un supermercado, una estación de tren, un hospital, un motel, una guardería, un parque. Miami se despliega no como postal ni escenario, sino como campo de batalla emocional, económica y simbólica.

El libro arranca con una cesárea y termina con una zarigüeya. En el medio, está Miami en toda su complejidad: la ciudad del Publix y del Club Pink Pussycat, del Trolley gratuito y del Kendall Hospital, de las casas sin ventanas y los moteles con condones sucios, de la lucha por encontrar trabajo y la lucha por no perder el sentido. El humor es ácido, la ternura nunca desaparece.

Maternidad, trabajo y deseo

Hay tres ejes que atraviesan el libro: la maternidad, el trabajo y el deseo. Rodríguez Iglesias escribe desde el cuerpo: el cuerpo migrante, el cuerpo precario, el cuerpo materno. En capítulos como El futuro de las madres o Cien días de guardería, narra la gestación y el nacimiento de su hijo, el deseo de formar una familia lésbica, la pérdida de un embarazo y el dolor físico-emocional de criar en soledad y en corte compartida.

En otros textos —Teoría de la mula, ¿En qué se diferencia una novia de una esposa?, More Service / More Savings / More for You— aborda el mundo laboral desde una mirada ferozmente lúcida. En Miami, conseguir trabajo es una coreografía sexual, dice. La autora trabaja en gasolineras, librerías, cafeterías, supermercados. En todos esos espacios, el deseo está presente: el deseo de encajar, de sobrevivir, de escapar.

Y en todo esto, el lenguaje: su materia viva. Legna no escribe desde la comodidad de lo pulido. Su estilo está lleno de marcas del habla cubana, referencias populares, repeticiones, interrupciones. A veces roza lo confesional, otras la poesía, otras la sátira. A menudo, todo a la vez.

Miami como espejo y herida

La ciudad no es solo un escenario. Es el gran personaje del libro. Y no es una ciudad idealizada: es un espacio de vigilancia, desigualdad, neurosis capitalista y microviolencias. Pero también es una ciudad donde cabe el afecto, el cuidado, el erotismo, la risa.

“Miami es un kamasutra, es decir, un catresutra”, dice la autora, que convierte la experiencia migrante en experiencia sensorial total. En El cielo sobre Miami, uno de los textos más memorables, superpone la mirada de Wim Wenders con la suya: lo que ve al llegar en avión no son ángeles sino promociones, carteles, anuncios de seguros médicos y condones. El cielo se convierte en pantalla.

Más allá de Miami, lo que el libro traza es una cartografía de la supervivencia cotidiana en el exilio. No hay épica, no hay moraleja. Hay cuerpos, deseos, comida, contratos, abuelas, alquileres, trámites, palabras. Hay desarraigo, pero también raíces nuevas. Como escribe en uno de los textos: “Miami tiene a mi hijo. Tiene una cicatriz en mi cuerpo. Tiene un supermercado. Tiene una zarigüeya”.

Princesa Miami no es un libro sobre el exilio: es un libro desde el exilio. Y ahí está su fuerza.

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