Un país, una piel: el cuerpo como mapa en la novela de Castañeda

Una travesía íntima por la frontera

A veces, lo más revelador no se encuentra en los grandes sucesos, sino en los fragmentos de una vida detenida entre lugares. El futuro de mi cuerpo, de Luis Hernán Castañeda, es precisamente eso: un viaje al centro del yo, desde un asiento de autobús en pleno invierno, mientras el mundo se deshace en silencios, copos de nieve y recuerdos que golpean como ráfagas. Esta novela no es una historia de acción. Es, más bien, una novela de quietud: un cuerpo que se mueve, pero cuya mente va a la deriva.

Desde el inicio, la atmósfera helada de Nuevo México impregna cada línea. El protagonista, Ángel, viaja hacia Boulder, Colorado, supuestamente para reencontrarse con su novia. Pero la historia que Castañeda despliega va mucho más allá del desencuentro amoroso. Ángel se convierte en una figura flotante, un migrante emocional, desplazado tanto en lo geográfico como en lo íntimo. El viaje físico es apenas el marco: lo central aquí es el cuerpo, ese cuerpo que sufre, que desea, que guarda memoria. “Su voluntad era un misil teledirigido por la necesidad de agonizar sin término” dice el narrador, resumiendo el motor invisible de esta travesía: la urgencia de sentir algo, de resistir desde la fragilidad.

El cuerpo como terreno inexplorado

Castañeda escribe con una precisión quirúrgica sobre las sensaciones del cuerpo. El frío que paraliza las extremidades, el sudor pegajoso del miedo, el peso del deseo. Pero también el cuerpo como símbolo político: un cuerpo masculino, joven, mexicano, que se desplaza por un territorio que lo desconfía, que lo señala, que lo acoge a medias.

Las escenas en los autobuses, las paradas en estaciones sombrías, los gestos de los otros pasajeros, el olor a orina, la ranchera que no deja de sonar: todo compone un mapa de marginalidad, de rutinas precarias, de vidas suspendidas en el anonimato de los traslados. Y sin embargo, es en esa incomodidad donde el narrador encuentra una voz, una especie de lirismo que brota de lo áspero.

Una despedida que es también una búsqueda

Uno de los ejes de la novela es el quiebre con Serena, la exnovia. Pero Castañeda evita el melodrama: en lugar de armar una historia de ruptura convencional, construye una despedida donde lo físico y lo simbólico se funden. Las escenas íntimas entre ellos —las piernas entrelazadas, los cuerpos exhaustos, el chorrito de gel tibio— están narradas con una delicadeza brutal, una honestidad que conmueve. “Quizá se tratara del último lugar, peligrosamente similar al primero: un espejismo sádico cuya función era tatuar recuerdos en el hueso.” Hay deseo, pero también vergüenza. Hay ternura, pero también culpa.

Serena le exige a Ángel una transformación. Lo quiere más “maduro”, más conectado con la realidad, más “útil”. Así, él termina en Torrecilla, un pueblo del norte mexicano, tratando de ser fotógrafo, de capturar la violencia, el narco, la crudeza del país. Pero fracasa. Sus fotos no gritan, no impactan. Y esa imposibilidad de representar, de testimoniar, de decir, se convierte en la médula del libro.

Una prosa que resiste la espectacularización

Castañeda evita la trampa de estetizar la violencia. En lugar de explotar el sensacionalismo del narco o el exotismo de la frontera, elige contar el vacío, la espera, el desconcierto. Hay una conciencia crítica muy aguda sobre lo que implica narrar el dolor ajeno desde una posición externa. Ángel se sabe impostor. Su proyecto de documentar “la tragedia mexicana” naufraga, y es ahí donde el texto gana fuerza: en la duda, en la fragilidad, en la renuncia a tener respuestas.

La voz narrativa es contenida, pero punzante. Las descripciones son precisas, nunca floridas. El lenguaje parece esculpido, tallado con una paciencia obstinada. No hay apuro, no hay exhibicionismo. Hay, sí, una mirada que observa el mundo con estupor, con asombro, con una mezcla de amor y desencanto.

Hay libros que no buscan redimir

El futuro de mi cuerpo no ofrece redención, ni esperanza, ni grandes revelaciones. Pero en su negativa a dar respuestas, hay una honestidad conmovedora. Esta es una novela sobre la pérdida: de una pareja, de un país, de un proyecto. Pero también es un libro sobre lo que queda: un cuerpo que camina, una cámara que falla, un narrador que —a pesar de todo— sigue buscando sentido.

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