Shogun inflamable, de Salvador Luis, es una colección de relatos que funciona como laboratorio de monstruos: aquí los caníbales se vuelven gourmets, los matrimonios se baten en duelo con samuráis imaginarios, los abuelos proclaman a Hitler como héroe y los gatos son encerrados en botellas para probar la resistencia del alma.
El arte del desvarío
El libro se abre con Froilán, anthropophagus, un relato que instala el tono: el narrador es un caníbal que describe con lujo de detalle la mejor forma de cortar, congelar y servir orejas humanas, como si escribiera un manual de etiqueta culinaria. La violencia se filtra entre recetas de conservación y consejos de buenas maneras. Salvador Luis nos obliga a leer con una sonrisa incómoda: lo siniestro está narrado con la cortesía de un anfitrión que ofrece café o té verde.
Cine, música y fantasmas de la cultura pop
Cada cuento es también una cita, un espejo torcido de la cultura. Woody Allen, Kurt Cobain, Tintín, Alan Moore, Patti Smith, Lemmy Kilmister, John Lennon… los fantasmas de la cultura pop se pasean por estas páginas, deformados, ridiculizados, homenajeados. En Interior-Noche, una pareja discute sobre Clint Eastwood y Sergio Leone mientras se insultan y se aman en un diálogo que parece salido de un guion nunca filmado. En Territorial Pissings, unos adolescentes convierten la muerte de Cobain en cómic gore, un ritual adolescente que es a la vez burla y homenaje.
El absurdo como método
Muchos relatos funcionan como experimentos narrativos: en En virtud del estado actual de las cosas, un matrimonio encierra a un gato en una botella siguiendo fases clínicas de observación, hasta que la experiencia se convierte en un espejo siniestro de su propio vínculo. En La ciudad, una señora asegura que la urbe se sostiene gracias a la baba de una babosa gigante; en La Dama Mamut, un vendedor a domicilio ofrece criaturas sádicas como si fueran vestidos exclusivos. Lo cotidiano y lo delirante se confunden hasta volverse indistinguibles.
Una estética de la provocación
Shogun inflamable no es un libro para buscar consuelo. Es un texto provocador que se regodea en lo grotesco, en lo excéntrico, en lo políticamente incorrecto. Pero bajo el humor negro y la violencia hiperbólica, late una pregunta más seria: ¿de qué estamos hechos como sociedad? ¿Qué clase de monstruos alimentan nuestra imaginación colectiva?
El estilo de Salvador Luis es preciso y a la vez desbordado: cambia de registro con facilidad, del tono clínico al publicitario, del pastiche ensayístico al diálogo cinematográfico. El resultado es un mosaico que incomoda, divierte y, sobre todo, obliga a leer sin la red de la comodidad.
Los relatos de Shogun inflamable dejan imágenes difíciles de borrar: orejas envueltas en papel de aluminio, gatos que ya no quieren jugar, adolescentes que dibujan una y otra vez la muerte de Cobain. Más que un conjunto de cuentos, es un bestiario del absurdo contemporáneo. Salvador Luis nos invita a caminar por ese zoológico de criaturas feroces y a reír, con cierto miedo, al ver cuánto de nosotros mismos se esconde en sus jaulas.