cuentos

Los que no sueñan el sueño americano

Desde la primera página, La ciudad de los hoteles vacíos incomoda y atrae. Gonzalo Baeza no pretende edulcorar la experiencia del migrante latinoamericano en Estados Unidos; por el contrario, la sumerge en barro, gasolina, perros bravos, trailers oxidados y moteles de paso. Este conjunto de relatos da cuenta del desarraigo desde un realismo seco, mordaz, de líneas cortadas como latigazos. Es un retrato de quienes no encuentran lugar ni en su país de origen ni en el país de acogida. Extranjeros eternos, condenados a dormir con un ojo abierto. Geografía de la intemperie Los cuentos del libro se sitúan en ciudades norteamericanas que rara vez figuran en la literatura migrante:

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La herida y la máscara: cuerpos en fuga en Antifaces

Una ciudad, ocho mujeres, mil silencios En Antifaces, Jennifer Thorndike construye un paisaje emocional hecho de fragmentos, rupturas y evocaciones apenas sostenidas. Son ocho cuentos, pero podrían ser uno solo que se descompone en distintas voces, cada una con su tono herido, íntimo, urgente. El hilo común es el cuerpo: su desgaste, su memoria, su resistencia. Lo que se arrastra y no se dice En “NY Doesn’t Love You”, la ciudad no ama, no abraza: observa. Una mujer deambula mientras arrastra consigo un duelo imposible, una rabia no nombrada, una extranjería que no es solo geográfica. Como en muchos cuentos del libro, lo que duele no se dice, se insinúa.

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Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que

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A propósito del caos y su belleza

Reseña de Aquí no hubo ni una estrella, por Esteban Miranda Si uno deja de lado las tediosas implicaciones prácticas, la ruptura de un vaso de vidrio al chocar contra el suelo es una imagen conmovedora. Las docenas de pedazos que huyen en todas direcciones son los últimos testigos de un evento verdaderamente asombroso. Y es que haciendo uso de un concepto propio de otros  terrenos, la entropía, magnitud que describe lo irreversible, es omnipotente. Incluso su etimología, vieja maña de algunos narradores, es contundente. Entropía significa transformación, implica, pues, que hace parte de todos y de todo; porque nada en este mundo, ni siquiera ese reducido grupo de cosas

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Los que no sueñan el sueño americano

Desde la primera página, La ciudad de los hoteles vacíos incomoda y atrae. Gonzalo Baeza no pretende edulcorar la experiencia del migrante latinoamericano en Estados Unidos; por el contrario, la sumerge en barro, gasolina, perros bravos, trailers oxidados y moteles de paso. Este conjunto de relatos da cuenta del desarraigo desde un realismo seco, mordaz, de líneas cortadas como latigazos. Es un retrato de quienes no encuentran lugar ni en su país de origen ni en el país de acogida. Extranjeros eternos, condenados a dormir con un ojo abierto. Geografía de la intemperie Los cuentos del libro se sitúan en ciudades norteamericanas que rara vez figuran en la literatura migrante:

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Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que

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