Querer a un cubano es querer lo imposible (y hacerlo igual)

Una carta íntima con nombre y apellido

Anjanette Delgado no escribió Cómo querer a un cubano para explicarnos nada. Lo escribió para entender. Para entender a su pareja, Daniel. Para entender a su propia historia con el exilio, con los silencios, con los cuerpos que se quieren pero no se terminan de conocer. Y también para rendirle homenaje a una comunidad: el exilio cubano en Miami, esa tribu emocional que la “recogió” cuando llegó desde Puerto Rico, sexiliada y sacudida por la violencia hacia la mujer.

Este no es un libro de respuestas. Es un ensayo confesional —profundo y juguetón, doloroso y encantador a la vez— que se despliega como una carta de amor, una investigación desesperada, un diario íntimo en pandemia y una obra visual que late con las poderosas fotografías de Evelyn Sosa.

Una voz que observa, duda, quiere

Delgado escribe con una mezcla muy difícil de lograr: lucidez y ternura. Desde el primer ensayo, ¿No se dejan querer?, nos mete de lleno en la extrañeza de convivir quince años con un hombre que, de pronto, se vuelve enigma. La pandemia impone la distancia física, pero también la emocional: “una parte de él no es conocible. No se dejan conocer”.

El libro fluye en fragmentos, como si cada capítulo fuera un intento por bordear esa zona ciega del amor. Con humor, rabia y delicadeza, la autora disecciona lo cotidiano: la forma en que su esposo prepara un bocadito de jamón, el peso de las palabras no dichas, los silencios que son más que simples pausas.

El ensayo como forma de memoria

En Mis primeros cubanos, Delgado recuerda su adolescencia en Puerto Rico cuando llegaron los marielitos. Habla del deseo, de la mirada colonial, de la fascinación con el “otro”, de la erotización del cubano como mito caribeño. Confiesa sin culpa que quiso “conseguirse uno de aquellos”, no desde el capricho sino desde el anhelo de pertenencia, de armonía, de ternura.

Este libro es también un autorretrato. Una exploración de cómo nuestras historias personales están atravesadas por las historias políticas y culturales de los otros. Cómo amar no siempre es suficiente. Cómo a veces hay que aprender a traducir al otro: entender su país, sus cicatrices, sus códigos. “Me traduzco yo también: una mujer hecha miedo”.

Fotografía, duelo y pertenencia

Las imágenes de Evelyn Sosa no ilustran el texto. Lo acompañan con una fuerza visual que conmueve sin decir palabra. Rostros, cuerpos, gestos que hablan del desarraigo, del deseo, del duelo. Algunas fotos son tiernas, otras son viscerales. Todas sostienen la tensión entre lo íntimo y lo colectivo.

El último capítulo, La historia continúa, funciona como epílogo emocional y también como testimonio de una muestra fotográfica real: No Place Is Far Away. Aquí, la autora nos cuenta cómo su esposo aportó una peinilla heredada como objeto simbólico para la muestra. Esa peinilla, metáfora de una memoria heredada, concentra toda la carga del exilio, del amor roto, de la masculinidad silente y del niño que no pudo despedirse de su abuelo.

Cuando el amor no explica, pero acompaña

Este libro no es un manual para entender a los cubanos. Ni falta que hace. Es una meditación hermosa y dolorosa sobre lo que significa querer a alguien que viene de otro mundo, que carga duelos que no se nombran, que ama “ocupándose” en vez de hablar.

Delgado escribe desde el borde. No idealiza. No se disculpa. Pero tampoco abandona. Cómo querer a un cubano es, sobre todo, un acto de persistencia amorosa. Una promesa que dice: te quiero aunque no te entienda, aunque no siempre me entiendas, aunque a veces parezca que no se puede.

Y esa es quizás la forma más verdadera de amor que existe.

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