Nombrar el cuerpo: escribir desde la herida y la risa

Nombrar el cuerpo (El BeiSMan Press, 2022), de María Mínguez Arias se despliega como un híbrido de memorias, ensayos, poemas y confesiones. No hay un género único que lo contenga porque lo que late en sus páginas es, justamente, la voluntad de no encajar, de salirse de los moldes —literarios, políticos y corporales— que históricamente han intentado disciplinar a las mujeres y, en particular, a las mujeres queer.

Una escritura encarnada

Desde el primer capítulo, donde relata un desmayo en su propia casa rodeada de bomberos, Mínguez Arias deja claro que la experiencia corporal no es una metáfora sino un territorio político y vital. Los síncopes, las caídas, la maternidad, el dolor menstrual, la enfermedad, el temblor esencial heredado: todo se convierte en materia narrativa. La autora convierte lo clínico en poético y lo íntimo en un registro de resistencia.

“Lo que no se nombra, no existe”, recuerda en un pasaje. Y su libro se vuelve, así, un ejercicio radical de nombrar para existir, para reclamar un espacio propio en el lenguaje y en el mundo.

Feminismo de la piel y la memoria

Nombrar el cuerpo dialoga con la tradición feminista de Audre Lorde y de textos como Our Bodies, Ourselves. Pero lo hace desde una voz muy singular: la de una migrante queer que cruza territorios lingüísticos y geográficos. La escritura oscila entre el castellano y el inglés, entre España y California, entre la experiencia personal y el registro colectivo.

La autora no evade la rabia frente a la violencia patriarcal, pero tampoco se instala en ella como única respuesta. Sus páginas están llenas de humor, de ironía, de ternura hacia sus hijes y su pareja, de solidaridad con otras mujeres. El cuerpo se nombra como herida, pero también como risa y complicidad.

Hibridaciones necesarias

El libro se presenta como un mosaico de géneros: poemas breves que intercalan voces ajenas, ensayos que diseccionan episodios de abuso, fragmentos casi de diario íntimo. Esa mezcla, lejos de dispersar, construye un efecto coral, como si el cuerpo narrado fuera también la suma de otros cuerpos, pasados y presentes, familiares y políticos.

El capítulo sobre la Padrísima Trinidad —esa constelación de figuras masculinas que han intentado regir la vida de las mujeres— se lee con la fuerza de una denuncia, pero también con la lucidez de quien reconoce las fisuras y los aprendizajes que deja el enfrentarse a ellas.

Un libro que sostiene

Hay libros que iluminan, otros que acompañan, y algunos que directamente sostienen. Nombrar el cuerpo pertenece a esta última categoría. Su lectura deja la sensación de estar frente a una escritura que no se ofrece desde la distancia, sino desde la carne, como un mapa abierto que invita a pensar nuestros propios cuerpos: lo que hemos callado, lo que hemos aprendido a ocultar, lo que podemos empezar a decir.

“Mi escritura se ubica en ese centro gravitacional donde convergen… mis identidades de migrante, de mujer queer, de madre y de ocupante de un cuerpo doliente”, declara Mínguez Arias en un momento del libro. Esa declaración no es un epílogo, sino una invitación: a habitar, con todas sus contradicciones, el cuerpo que somos.

Loading