¿Qué queda cuando un padre sobrevive a su hijo? ¿Qué sentido puede encontrarse entre papeles firmados en una morgue, cenizas perfumadas con velas de supermercado y una cama vacía? Isabel Ibáñez de la Calle responde a esas preguntas con una intensidad demoledora en Los ojos de mi padre, una novela que no se lee: se sufre, se recorre como se recorre el laberinto emocional del duelo, de la culpa, del amor truncado.
Una elegía feroz
La novela arranca con una escena seca y brutal: el reconocimiento de un cuerpo. El cuerpo de Gerardo, el hijo de Hugo Torres Maya. Desde ese momento, todo lo que viene es una devastación cuidadosamente escrita. Ibáñez de la Calle convierte el dolor más íntimo en material literario con una prosa visceral, directa y cargada de imágenes que cortan como bisturí.
Pero este no es un libro sobre la muerte. Es, en todo caso, una narración sobre lo que sigue después: el derrumbe silencioso de un padre que no logra entender cómo perdió lo que más amaba, ni cuándo se quebró el vínculo que creía tener asegurado.
Hugo, el hombre partido
El narrador de esta historia —un abogado exitoso, alcohólico funcional, marido distante, padre inseguro— es el centro del huracán. A través de sus pensamientos fragmentarios, su memoria culposa y sus conversaciones fallidas, la autora construye un retrato brutal de la masculinidad fracturada. Hugo no puede llorar como se espera, ni entender a Lorena, su esposa, ni acercarse al misterio que fue su hijo.
La novela explora con maestría cómo el patriarcado también daña a quienes lo encarnan: Hugo carga con una herencia de silencio, distancia y represión emocional. Su luto es también el naufragio de una identidad que ya no tiene sentido.
El hijo como territorio perdido
Gerardo no es solo una ausencia: es una figura que se reconstruye como fantasma, como posibilidad, como centro de disputas, recuerdos, reproches y secretos. A medida que Hugo intenta averiguar dónde estaba su hijo antes del accidente, la novela avanza en espiral, mezclando presente y pasado, y revelando que la muerte no cancela las preguntas: las multiplica.
Gerardo quería estudiar cine, no administración. Tenía una novia a la que Lorena despreció. Salía solo de noche. Tomaba decisiones. Consumía LSD. Pero también era un muchacho querido, ordenado, discreto. ¿Quién era, en verdad? ¿Quién lo conocía de verdad?
Un relato sin consuelo
Ibáñez de la Calle escribe desde un lugar incómodo: el de la incertidumbre, el del dolor que no ofrece redención. Aquí no hay moralejas, ni reconstrucciones limpias. Hay heridas abiertas, conversaciones interrumpidas, objetos sin sentido, y una rabia soterrada que apenas se puede nombrar.
Los ojos de mi padre es una novela valiente y dolorosa. Una obra sobre los límites del lenguaje frente a la pérdida, sobre la imposibilidad de encontrar sentido a lo que no lo tiene. Con un tono seco pero profundamente poético, la autora consigue que el lector se quede suspendido en la misma pregunta que persigue a Hugo: ¿cómo se sigue adelante cuando ya no se está completo?