Por Nata Napolitano @88natanapolitana
En Los Hermosos, Hernán Vera Álvarez nos ofrece una radiografía íntima, mordaz y entrañable del universo inmigrante que habita en los márgenes de la gran postal turística que es Miami. Pero este no es un libro más sobre el exilio: es, antes que nada, una cartografía emocional de lo que significa sobrevivir lejos de casa, sosteniéndose entre trabajos precarios, amistades intensas y pequeñas ficciones personales que permiten resistir sin perder del todo la dignidad.
Compuesto por una mezcla de diálogos teatrales, escenas narrativas y fragmentos de diario personal, Los Hermosos es un libro de múltiples voces y formatos que escapa con soltura a las clasificaciones rígidas. Su estructura fragmentaria y coral le permite retratar una comunidad flotante de personajes que migran no sólo entre países, sino también entre ilusiones y derrotas. En ese sentido, la ciudad de Miami no es un decorado ni un contexto casual: es un personaje más, omnipresente, contradictorio, a veces hostil y otras veces solidario. Un territorio literario donde convergen los sueños rotos del “sueño americano” con la nostalgia por una América Latina abandonada, pero siempre latente.
La inmigración, eje temático del libro, aparece despojada de heroísmos. Vera Álvarez no construye víctimas ni mártires. Sus personajes —Eduardo, Yuti, Marcelito, Frank, Paula, entre otros— son hombres y mujeres comunes, muchas veces desbordados por la precariedad, el racismo o la ilegalidad, pero capaces también de humor, ternura, ironía y una resistencia cotidiana admirable. En su convivencia caótica dentro de un modesto apartamento de dos ambientes, se discute, se cocina, se pelea por un colchón o una pizza, pero también se revela la lógica de una familia improvisada que encuentra en el otro un consuelo frente al desarraigo.
Uno de los grandes méritos de Los Hermosos es su notable variedad estilística. El autor se mueve con soltura entre registros: del realismo sucio al diario íntimo, del diálogo teatral a la crónica urbana, del monólogo interior a la sátira social. Este dinamismo formal no es un mero artificio estético, sino una herramienta narrativa que refleja con fidelidad la fragmentación identitaria y existencial del migrante.
Especial atención merece el tono. Vera Álvarez escribe con oído afilado para el habla popular, captando con precisión los acentos, los modismos y las tensiones de una comunidad multicultural y multigeneracional. La oralidad es uno de los grandes motores del libro, y cada personaje suena auténtico, reconocible: “Vos comés. No rompas las pelotas […] ¡Pedí las pizzas, que sean grandes y la coca, no elijas Fanta que me hace doler la cabeza!” El humor, muchas veces corrosivo, funciona como válvula de escape ante la adversidad, pero también como herramienta de denuncia.
Las escenas de racismo cotidiano, la amenaza constante de la deportación, el hacinamiento, las estrategias de supervivencia ilegales o ilegítimas —como los matrimonios por papeles o los trabajos en negro— son abordadas sin condescendencia ni moralismo, con una mirada humana que no romantiza pero tampoco condena. Todo está atravesado por una honestidad narrativa que deja espacio para el afecto, incluso en medio del caos.
En tiempos donde la narrativa sobre la inmigración suele caer en estereotipos, Los Hermosos propone una voz distinta: vital, híbrida, impura. Un retrato colectivo de esos “nadies” que pueblan los bordes del mapa oficial, pero que también construyen, a su modo, un nuevo relato americano. Y lo hacen desde el calor húmedo de Miami, desde una ciudad que, al margen de los reflectores, revela en estos textos su verdadera alma: contradictoria, mestiza, profundamente literaria.