Miami entre sombras: “El ocaso” de Andrés Hernández Alende

Una ciudad, un hombre y una herida que no cierra. “El ocaso”, novela de Andrés Hernández Alende, es más que un relato detectivesco ambientado en Miami: es una elegía urbana sobre la desilusión, la memoria y la trampa del sueño americano. Con una prosa ágil, enérgica y profundamente melancólica, Hernández Alende construye un retrato áspero de una ciudad que brilla por fuera y sangra por dentro.

Un detective sin glamour

Fernando Estrada, ex policía y detective privado, es el narrador desencantado de esta historia. Lejos del heroísmo romántico de Marlowe o Spade, Fernando se desliza por los bajos fondos de Miami con el cinismo de quien ha visto demasiado y no espera gran cosa del porvenir. Desde la primera escena —donde planea agredir a un abusador en un bar— hasta sus paseos por una ciudad que lo abruma, su voz mezcla ironía, resignación y una rabia contenida que atraviesa toda la novela.

El caso que toma, como en tantos policiales, sirve de excusa para adentrarnos en otras capas: Lucía Arias, una mujer de belleza enigmática, le encarga seguir a su esposo infiel, el magnate Tony Meneses. Pero pronto la investigación es solo un hilo más en una trama donde los verdaderos protagonistas son la corrupción, la desigualdad, el desarraigo.

El reverso del paraíso

Resulta muy reveladora la mirada de “El ocaso” sobre Miami, ciudad tan mitificada como desconocida. Hernández Alende escarba en su lado más oscuro: los edificios lujosos frente al mar que ocultan cinturones de miseria, los ejecutivos que pactan con políticos y narcos, los inmigrantes que rozan el sueño americano solo para ver cómo se les escapa entre los dedos.

Los pasajes dedicados a la historia de Natasha y Marta, madre e hija que escapan de Cuba y se estrellan con la realidad del exilio, son de una fuerza brutal. Natasha, joven hermosa que termina envuelta en una relación con Meneses, no es solo un personaje secundario: es el símbolo de una generación que cruza el mar para sobrevivir y termina presa de otras redes —más sutiles, más modernas, pero igual de crueles.

Un tono entre el desencanto y la poesía

Hay algo hipnótico en la manera en que el narrador describe el tráfico, los moteles, las oficinas mediocres, las discusiones con la secretaria que a veces es amante. Esa mezcla de hastío, observación afilada y momentos de ternura se sostiene gracias a una escritura limpia, directa, sin efectismos. El autor sabe cuándo detenerse en un detalle y cuándo dejar que la historia fluya, casi como un monólogo interior que nunca cae en la autocompasión.

El título —“El ocaso”— funciona como clave: no hay redención, no hay justicia épica ni cierre feliz. Lo que queda es una ciudad que se hunde en su propia fiebre y un hombre que aprende, lentamente, a convivir con sus sombras.

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