Mi bien esquivo: la memoria como territorio de deseo y pérdida

La narradora Ana Luengo nos ofrece en Mi bien esquivo un relato donde la memoria funciona como un territorio inestable en el que conviven deseo, dolor y aprendizaje. El libro es una búsqueda, pero también un testimonio de lo que significa crecer bajo la presión de expectativas ajenas y descubrir un deseo propio que no siempre encuentra cauce ni palabras para nombrarse.

Una educación sentimental fragmentada

La historia se articula en fragmentos, como si fueran fotografías desperdigadas en una mesa. La infancia aparece marcada por el mandato de la obediencia, esa docilidad femenina que el entorno premia como virtud. Sin embargo, la narradora desenmascara pronto el costo de esa enseñanza: “La docilidad no es una virtud, es una amenaza terrible que se proyecta hacia el futuro. Cuando una crece siendo –queriendo ser– dócil, crece convencida de que lo más importante es agradar y satisfacer los deseos ajenos, no anteponer los propios” (p. 48). Este reconocimiento inicial es clave, pues traza la línea de conflicto que atraviesa toda su vida: la dificultad de poner su deseo en primer plano.

Entre cuerpos y silencios

La protagonista recorre experiencias afectivas que oscilan entre lo revelador y lo traumático. Están los besos secretos con Violeta, tan breves como fundacionales, el “novio” que aparece casi por accidente y una agresión sexual que la empuja a buscar refugio en otros cuerpos, como si al multiplicar experiencias pudiera borrar la violencia. Lo que queda claro es que el deseo se vive a contracorriente, con miedo, pero también con intensidad

El exilio y la extranjería

Parte importante del relato ocurre fuera de su país, en Alemania, donde la narradora vive la extranjería no solo en términos lingüísticos o culturales, sino también emocionales. Esa condición de estar siempre un poco “fuera de lugar” resuena con la imposibilidad de encajar plenamente ni en su familia ni en sus vínculos amorosos. Berlín aparece como escenario maldito: una ciudad donde ocurre un accidente que casi la quiebra por completo, y donde la distancia con Violeta se transforma en pérdida definitiva. El exilio, entonces, no es solo geográfico, sino existencial: la imposibilidad de pertenecer del todo.

Escritura como restitución

El libro se sostiene en una voz confesional, pero no exhibicionista. Al contrario, cada recuerdo se comparte con la conciencia de estar hablando también por otras. El acto de narrar se convierte en una forma de reparación, una manera de otorgar existencia a lo que tantas veces fue silenciado. Por eso, hacia el final, la escritura se afirma como el único modo de dar sentido: no para borrar el dolor, sino para acomodarlo en palabras que lo hagan soportable.

Un tono honesto y conmovedor

Mi bien esquivo no teme decir lo incómodo, pero lo hace con un estilo que evita la grandilocuencia. Su fuerza está en la honestidad: en mostrar los miedos, la vergüenza, la culpa, junto con la alegría breve del primer deseo. Luengo escribe con cadencia limpia, sin excesos, como quien sabe que recordar duele, pero que olvidar sería aún peor.

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