Un correo sin respuesta, una vida entera detrás
Pocas veces una historia sobre la muerte es, a la vez, tan política y tan íntima. En Si me muero, abre estos archivos, Luis Alejandro Ordóñez construye una novela inquietante y sutil sobre el silencio, el duelo y los mecanismos impiadosos de la precariedad laboral. A partir de un archivo digital, un conjunto de correos y documentos, se abre la historia de Leonardo, un colaborador que muere antes de entregar un encargo, y de Elvia, su editora, que descubre —demasiado tarde— la potencia de su escritura.
Desde el primer capítulo, el libro despliega un tono de aparente ligereza, casi burocrático. Son correos con recordatorios de entrega, amenazas de rescisión contractual, reenvíos. Pero lo que empieza como un drama laboral rutinario rápidamente se convierte en una pregunta ética: ¿qué le debemos a los muertos? ¿Qué hacemos con lo que no alcanzaron a publicar, a decir, a ser?
Una muerte que interrumpe, pero también revela
La muerte de Leonardo no es un evento dramático; ni siquiera es narrada en presente. Aparece a través de un correo enviado por su esposa, Marta: sobrio, dolido, sin reclamos. Y, sin embargo, ese mensaje desata una tormenta emocional en Elvia, quien descubre no sólo la ausencia de su colaborador, sino su propia ausencia como lectora, como editora, como persona.
La novela se despliega entonces como una especie de investigación emocional: Elvia recorre archivos, perfiles de redes, textos no leídos, intenta reparar la falta retrospectiva. La clave está en esa conmovedora y honesta frase:
“Nunca habíamos leído a Leonardo hasta enterarnos de su fallecimiento.”
Esa tardía lectura de los textos abre una dimensión completamente nueva: Leonardo era brillante, irónico, sutil. Su muerte no sólo es una pérdida humana, sino una pérdida cultural, una obra que no fue reconocida a tiempo.
Una estructura epistolar para un duelo moderno
El recurso de los correos y mensajes no es decorativo: forma parte del corazón narrativo. La novela retrata una empresa digital donde las relaciones humanas están filtradas por plataformas, deadlines, respuestas automáticas y departamentos legales. Pero también revela cómo esas estructuras impersonales pueden ser grietas por donde se cuela la humanidad.
Elvia, que parecía una profesional imperturbable, entra en crisis. Comienza a contestar menos, a leer más, a desobedecer jerarquías. Visita a la viuda. Se pregunta cosas que nunca se había permitido: ¿qué implica ser editora?, ¿quién define el valor de un texto?, ¿cómo se honra una voz silenciada?
El tono se transforma a medida que Elvia se transforma. Lo que empieza como una crónica de oficina termina siendo una meditación sutil sobre la culpa, la memoria y el acto de leer.
Una novela sobre el trabajo, sí —pero también sobre el amor
Aunque el libro habla de la precariedad, de contratos que se cancelan, de empresas que funcionan como máquinas sin rostro, Si me muero, abre estos archivos no se queda en la denuncia. Va más allá. Muestra que la violencia estructural también se cuela en los vínculos, en el modo en que nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos.
La relación entre Elvia y su jefe, José Pablo, está marcada por la tensión, pero también por el afecto. Y el vínculo que se forja entre Elvia y Marta, la viuda, es uno de los momentos más hermosos y extraños de la novela: un duelo compartido por dos mujeres que nunca conocieron verdaderamente al muerto, pero que descubren, en él, una verdad común.
Cuando la literatura aparece después
Si me muero, abre estos archivos es una novela triste, sí. Pero también es una novela luminosa. Porque muestra que la literatura —cuando se la deja hablar, cuando se la lee de verdad— tiene el poder de interrumpir el automatismo, de crear comunidad, de abrir un espacio donde lo humano resiste.
Luis Alejandro Ordóñez logra una voz afinada, a medio camino entre la ironía y la ternura. Su novela es un homenaje a todos los Leonardos olvidados: los que escriben en los márgenes, los que se mueren antes de tiempo, los que fueron leídos demasiado tarde.