“Hemos vencido el asco”: la ternura como trinchera

Hay libros que, más que una lectura, se sienten como una conversación íntima con alguien que ha vivido demasiado y aún así conserva el humor. Hemos vencido el asco, de Gastón Virkel (Sudaquia Editores, 2025), es exactamente eso: una colección de cuentos breves, afilados y profundamente humanos, donde el sarcasmo se mezcla con la compasión y el asco —ese impulso tan físico, tan humano— se convierte en un espejo donde nos miramos sin anestesia.

Virkel no escribe desde la solemnidad, sino desde la vida cotidiana con todas sus heridas abiertas. Los relatos, muchos de ellos ambientados entre Buenos Aires y Miami, orbitan en torno a la incomodidad de existir: la culpa, la vergüenza, el deseo, la pérdida, el absurdo. Pero hay algo que los salva, siempre: un gesto tierno, una ironía luminosa, una carcajada que interrumpe la caída libre.

El arte de mirar de cerca

El cuento inicial, “Bicho raro”, funciona como carta de presentación y brújula del conjunto. Un niño descubre su identidad judía en un contexto donde ser diferente siempre duele, y años después —ya en Miami— se disfraza de Papá Noel para los hijos de sus amigos latinos. La escena final, cuando una nena lo delata por el piercing en la nariz, condensa la marca Virkel: humor y desgarro en la misma línea, una redención chiquita que no cancela la herida sino que la vuelve humana.

En “Tenés que ver cómo nada”, una mujer escribe una carta a su ex abusivo. Lo hace con la serenidad de quien ha sobrevivido. Lo que podría ser una venganza se transforma en un acto de amor: el amor por su hija, la niña que la salva literalmente de la violencia. “Tenés que ver cómo nada”, repite la madre, y ese estribillo final —tan sencillo, tan devastador— tiene el poder de una oración.

La violencia bajo la piel

El autor transita la violencia doméstica, la infancia rota y los vínculos masculinos con una naturalidad que inquieta. “Furia de nudillos” retrata a dos compañeros de escuela que se golpean por razones que ni entienden. El castigo, la rivalidad y el cuerpo se confunden en una pedagogía brutal del dolor. “Once minutos de terapia”, por su parte, revisita la amistad y la envidia masculina con precisión clínica y humor seco.

Virkel no necesita alardear de estilo: su prosa es limpia, exacta, cargada de ritmo narrativo. Sabe cuándo callar y cuándo apretar. Y eso —en cuentos que rozan lo autobiográfico, lo social y lo grotesco— es un gesto de madurez literaria.

Miami, infierno y paraíso

El libro se abre y se cierra en Miami, esa ciudad donde los exilios se reciclan. “El guachimán invasor” y el relato que da título al volumen, “Hemos vencido el asco”, funcionan casi como espejos: dos visiones de una ciudad que promete libertad pero reparte ansiedad. En ambos, el absurdo es el modo de sobrevivir al sinsentido. La televisión, la burocracia, el arte contemporáneo: todo se mezcla en una tragicomedia tropical donde la identidad se diluye y se reinventa a diario.

El último cuento es brillante. Un joven poeta vasco intenta infiltrarse en Art Basel con una credencial robada. En su delirio performático, deja pegatinas con poemas por toda la feria —versos como “Tu dedo en mi axila echó raíces. Somos uno porque hemos vencido el asco”—. El arte, parece decir Virkel, no es un refugio, sino una forma de seguir ardiendo con elegancia.

Lo que queda

“Hemos vencido el asco” no es un título triunfal sino una declaración frágil, irónica, profundamente humana. No hemos vencido nada del todo, parece admitir el autor. Pero seguimos intentando. En tiempos donde lo cínico parece la única postura posible, Virkel escribe desde la empatía y la incomodidad, recordándonos que el asco —como la literatura— es una forma de amor que todavía duele.

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