En Nocturno de frontera, Santiago Vaquera-Vásquez ha escrito una elegía sobre la identidad, el desarraigo, el amor y la memoria, disfrazada de road movie literaria. Con prosa migrante y musical, el autor pone en marcha un collage narrativo que se desliza entre géneros, formatos y voces, explorando el trayecto emocional y existencial de un hombre que se sabe eterno viajero, eterno buscador.
El libro es, en cierto sentido, un mapa sin coordenadas: líneas de fuga, puntos de encuentro y lugares en los márgenes donde las fronteras físicas y afectivas se diluyen. Con estructuras que recuerdan a un diario, una novela epistolar y una bitácora de viaje, Nocturno de frontera se impone por su voz híbrida, íntima y profundamente melancólica.
Un viaje sin fin (ni origen claro)
La historia —si se le puede llamar así— gira alrededor de Daniel Macías, hijo de inmigrantes mexicanos, artista visual, “border crosser” crónico, cuya vida se fragmenta como las postales que pinta. Vaquera-Vásquez nos lo presenta como alguien que se mueve en un perpetuo vaivén: geográfico, emocional, lingüístico. Desde Nueva York hasta Tijuana, pasando por Madrid, San Francisco, Cuernavaca o Truckee, el protagonista intenta componer el rompecabezas de su historia afectiva a partir de momentos rotos, amores pasados, amigos perdidos, imágenes sueltas.
Y, sin embargo, el libro no sigue una narrativa convencional. Más que contar una historia, Nocturno de frontera traza una constelación. Las escenas están salpicadas de referencias musicales, cinematográficas, citas de Pizarnik, Kerouac, Tom Waits, Laurie Anderson o Vonnegut, como si la literatura misma también fuera un soundtrack para cruzar desiertos.
Entre cartas y canciones: el exilio sentimental
Uno de los hilos más potentes del libro es la relación epistolar con Carmen, “Miss C.”, la chica mexicana conocida en Madrid en los 90, la de las mixtapes y los cuentos que saben a jaca y motitas de plátano. A través de sus intercambios, Daniel revive lo que podría haber sido. Es en esos correos —cálidos, dulces, a veces ridículos en su nostalgia— donde se revela su vulnerabilidad más auténtica. Carmen es menos un personaje que una posibilidad: representa el amor que no fue, el camino que no se tomó, la vida que se soñó pero no se vivió.
Melina, su esposa, en cambio, es el contrapunto. Exitosa, concreta, parte del sistema. Con ella, Daniel comparte una vida real, pero también un abismo emocional que los distancia hasta la desconexión total. La separación conyugal no es un evento, sino una erosión lenta, silenciosa. Cuando Daniel se sube a un coche y abandona Nueva York, no huye solo de una relación fallida, sino de una versión de sí mismo que ya no soporta.
El eterno retorno del border crosser
A lo largo de las páginas, se reitera una frase: «Esto pasó. Esto pasa. Esto pasará.» Un mantra que atraviesa al narrador como un conjuro, como un modo de darle orden al caos del tiempo. Daniel se siente dislocado, suspendido entre pasado y presente, en una especie de “parenthetical moment”, como dice él mismo, donde las fronteras no solo son geográficas sino también temporales y psicológicas.
Vaquera-Vásquez explora esta figura del «eternauta», del viajero sin hogar ni destino claro, con una sensibilidad aguda y poética. Su prosa está salpicada de imágenes que duelen y resplandecen: una cámara Polaroid perdida que regresa del más allá, una charla con un “cowboy psíquico” en un funeral, una mesera que quiere escapar del truck stop donde trabaja. Cada escena contiene un universo mínimo, una grieta por donde se filtra la vida.
Última parada
Nocturno de frontera no es una novela fácil ni lineal. Es un libro de atmósferas, de murmullos, de ecos. Como los recuerdos que persiguen a Daniel, el texto avanza como un coche por la noche: con faros que solo iluminan un poco del camino, sin saber exactamente a dónde lleva.
Pero en esa oscuridad hay belleza. En esa deriva hay verdad. Porque todos cargamos algo —una historia, una culpa, un amor— y tarde o temprano, como Daniel, tenemos que detenernos a mirar dentro.
Esto pasó. Esto pasa. Esto pasará.
Y nosotros también seguimos viajando.