Entre el exilio y la memoria: una lectura de El exilio voluntario

Publicada en 2009 y ganadora del Premio Casa de las Américas, El exilio voluntario de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es una novela torrencial, híbrida, que se mueve entre la autobiografía, la crónica y la ficción. Escrita desde el medio oeste norteamericano, la obra recoge la experiencia migrante de un narrador boliviano que mira hacia atrás —su Cochabamba, la dictadura, la cárcel, los amigos y las mujeres— y hacia adelante —la vida en Estados Unidos, el trabajo físico, la soledad, el amor, las hijas— con una intensidad que no concede pausas.

El flujo de la memoria

Ferrufino-Coqueugniot no estructura su relato como una narración lineal. Más bien construye un mosaico de escenas: recuerdos de la juventud, discusiones políticas, noches de alcohol, evocaciones eróticas, pasajes de violencia y fragmentos de vida cotidiana en el exilio. Todo irrumpe como ráfagas, como si la memoria se resistiera a ordenar lo vivido. De ahí que la novela se lea con la sensación de estar dentro de una conciencia en ebullición, que lo mismo salta a Pancho Villa en un bar de Washington, que a los falangistas bolivianos de los años 80, o a los discos de Neil Young sonando en una celda oscura.

El cuerpo en el destierro

Uno de los grandes ejes del libro es el cuerpo: cuerpos que desean, que se fatigan, que se enferman, que recuerdan. El narrador describe con crudeza y ternura a sus amantes, como si en esas pieles extranjeras buscara un refugio contra la soledad del inmigrante. También narra los trabajos físicos que desgastan las manos, los músculos, hasta el dolor y la artritis pasajera. El cuerpo aparece como la única certeza frente a un mundo político y social caótico.

Un testimonio político y cultural

Aunque profundamente personal, la novela es también una radiografía política y cultural. Desfila la historia reciente de Bolivia: dictaduras, cárceles, exilios, revoluciones frustradas. Pero también se abre al mundo: Irak, Palestina, Estados Unidos. El autor mezcla lo íntimo con lo histórico, la cama con la guerra, el boliche con la revolución traicionada. En esas páginas late una certeza amarga: la política devora a los hombres, pero la literatura puede salvarlos.

Una prosa que desafía

El estilo de Ferrufino-Coqueugniot es desbordante: frases largas, enumeraciones, un barroquismo vital que recuerda más a la oralidad que a la novela tradicional. Hay un gusto por la digresión, por la cita literaria, por el guiño musical o cinematográfico. La voz del narrador se impone como la de alguien que cuenta sin pedir permiso, con la urgencia de quien necesita dejar testimonio de su paso por el mundo.

Más allá del final

El exilio voluntario es el testimonio de un hombre que eligió irse, que se nombra “voluntariamente exiliado”, pero que sabe que la nostalgia lo persigue como una sombra. Y en esa contradicción —el querer irse y el no poder dejar de volver con la memoria— radica la fuerza de este libro inclasificable.

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