Un cuerpo político y poético
El sexilio no es un libro. Es un estallido. Un manifiesto desgarrado escrito desde el cuerpo, desde la diáspora, desde las tripas de una mujer que no pide permiso para decir verdades incómodas. Anjanette Delgado ha creado una obra que habita el filo entre el ensayo, la poesía y el grito colectivo. Un texto polifónico y bilingüe, visceral e íntimo, que se atreve a mirar sin anestesia lo que significa habitar un cuerpo feminizadx y racializadx en la colonia más antigua del mundo: Puerto Rico.
Con páginas que oscilan entre el verso libre, la denuncia política, el testimonio y la prosa lírica, Delgado articula un concepto tan poderoso como necesario: sexilio. Un exilio que no es solo geográfico, sino también sexual, de género, de clase, de historia. Un destierro del deseo y del cuerpo como territorio político.
Puerto Rico, entre Dios, deuda y deseo
Desde las primeras páginas, la autora escribe como si rasgara con la uña un mapa ya herido. A través de referencias cruzadas —el huracán María, los asesinatos del Cerro Maravilla, los plebiscitos, Ricky Renuncia, la violencia contra mujeres y personas trans, la colonización del placer— Delgado compone un inventario feroz de injusticias, pero también una poética del aguante.
“No soy historiadora. Y tengo mucho coraje. Pero no contigo”, dice en una carta abierta al lector. Es una declaración de principios, y también de estilo: este libro no argumenta, interpela. No explica, resiste. No documenta, arde. Y aun así, cada entrada (de las quince que forman «Refrencias históricas y políticas que poblaban mi mente mientras escribía este libro», quizá el núcleo de la obra) contiene una claridad informada, una pedagogía que nace del amor por lo propio —y por lo que nos han hecho creer que no merece amor.
La deuda externa se convierte en una metáfora del cuerpo invadido. La Ley Jones y sus implicancias económicas se entrelazan con las dinámicas de poder en la familia. La religión cristiana —y su Dios blanco, misógino y colonizador— es desafiada con versos que evocan a Yemayá, Changó y la espiritualidad afrocaribeña.
El lenguaje como insurrección
Hay algo profundamente conmovedor en el ritmo de El sexilio. La decisión de alternar párrafos en español e inglés, sin traducción mecánica sino con eco poético, no es un recurso cosmético: es una declaración de hibridez, de pertenencia rota, de lengua bifurcada. Este es un libro que se niega a elegir idioma porque ha sido desplazado de ambos.
La voz que emerge es femenina y feroz. Habla de mujeres asesinadas, de cuerpos olvidados, de sexualidades reprimidas, pero también de cómo escribir puede ser una forma de regreso. “Quizás este librito se riegue como los secretos”, dice Delgado al final, casi con ternura. Y sí: El sexilio es secreto, pero uno a voces. Uno que necesitamos repetir, pasar de mano en mano, como un gesto de amor entre sobrevivientes.
Donde duele, ahí es
El sexilio no ofrece soluciones. No termina con esperanza. Termina con verdad. “No me digas que confíe en Dios”, dice, y parece un grito dirigido no solo a Puerto Rico, sino a todos los cuerpos que han sido colonizados por ideologías que castigan el placer, el gozo, la libertad.
Este libro no busca agradar. Busca hacer justicia. A su modo, y con sus propias reglas. Leerlo es participar de una ceremonia: íntima, política, necesaria.