«Aquí no hubo ni una estrella» de Gisela Heffes: un cosmos íntimo hecho de fisuras, memoria y espejismos

Una voz que es muchas

“Aquí no hubo ni una estrella” no es un libro, es un espejo roto, un álbum de fotografías desvaídas y una ciudad en ruinas que se rehace con palabras. El nuevo libro de Gisela Heffes —ensayista, narradora y poeta argentina radicada en EE.UU.— nos entrega un artefacto inclasificable: relatos que se entrecruzan con crónicas, poesía que dialoga con la filosofía y la autoficción. Todo sostenido por una voz narrativa íntima, rota, vibrante y, sobre todo, honesta. Una voz que se desdobla en múltiples yoes —Ischia, Delmira, Jacinta, Ramona, la narradora sin nombre— y que va hilando un universo personal hecho de fracturas, migraciones, temblores y destierros.

Fragmentos de una identidad en fuga

Desde la escena brutal de una mujer interrogada en un aeropuerto, hasta la Buenos Aires intervenida por el capitalismo global y los recuerdos de una Cuba adolescente ya deshecha, el libro es una constelación de textos que ensayan una pregunta insistente: ¿Quién soy cuando ya no sé de dónde vengo? El yo de Heffes migra entre el testimonio, la poesía y la ficción con un registro emocional siempre alto, y al mismo tiempo contenido por una prosa cargada de imágenes y precisión.

Los relatos breves, como “El sueño de Ramona” o “Todos mis ayeres”, son pequeños mundos que remiten a una memoria sensorial y desordenada, donde el pasado no es lineal, sino un enjambre de escenas mal grabadas que vuelven como olas. Hay algo en estas páginas de Hertha Müller, algo de Clarice Lispector, y mucho de la escritura latinoamericana contemporánea escrita desde el desplazamiento.

Poesía en la ruina

El núcleo del libro está hecho de desgarro y lucidez. En “Egotopía invertebrada” se funde el ensayo con el delirio para trazar un mapa imaginario de la utopía fallida: una ciudad de los márgenes (Margópolis) donde los cadáveres de políticos y escritores huecos emergen de una Buenos Aires en colapso. En estos textos, Heffes escribe desde el desencanto, pero sin cinismo. Su prosa vibra con una energía que es al mismo tiempo melancólica y desafiante.

Hay una conciencia de lenguaje en cada fragmento, una voluntad de estilo que hace del dolor una forma de lucidez. La poesía aparece como un latido persistente: imágenes punzantes, frases que condensan mundos, líneas que reverberan en la cabeza como versos de una canción triste. En su epílogo, Heffes escribe: “Una ciudad en común, una ciudad de partida y otra ciudad de llegada, no compartíamos nada”. Esa frase resume el extrañamiento que recorre todo el libro.

Contra el olvido

“Aquí no hubo ni una estrella” es también una arqueología del yo. Una búsqueda desesperada por conservar algo —aunque sea un resabio, una frase, una fotografía polvorienta— de lo que fuimos. El olvido aparece como amenaza constante. ¿Qué se pierde cuando se migra, cuando se exilia, cuando se es mujer, latinoamericana, escritora, madre? Heffes no responde: escribe.

Cada texto es una resistencia íntima contra el olvido. Incluso las entradas más breves (“Poema sin título”, “Techos”, “El dictum”) funcionan como pulsaciones, como pequeñas detonaciones que abren la posibilidad de seguir habitando la palabra. La lengua —el español fracturado por el exilio, enriquecido por la mezcla— se vuelve aquí un espacio de reconstrucción.

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