En las primeras líneas de Ámbar, Nicolás Ferraro nos lanza sin aviso a la ruta, al olor metálico de la sangre, al calor de una toalla empapada en heridas viejas y recientes. Es el padre quien lleva un tatuaje con el nombre de su hija. Es ella quien cuenta, sin rodeos: “Sos mi cicatriz favorita”. Y ya desde ahí entendemos que esta no es una novela sobre lazos familiares convencionales: es una historia de amor desgarrado, salvaje, lleno de plomo y huellas imborrables.
Una hija, un padre y un mapa hecho de heridas
Ámbar tiene quince años, pero en el mundo de Ferraro eso no significa inocencia ni ternura. Significa cargar mochilas con armas, hoteles de paso, autos robados, ciudades donde nadie recuerda tu nombre. Su vida es un road movie salvaje, a la vez hipnótica y desesperada, junto a su padre, Victor Mondragón, un tipo de pasado turbio que la arrastra en busca de venganza —o redención—, sin que a veces ni él mismo lo tenga claro.
Desde el inicio, el vínculo entre ambos está narrado con una brutal honestidad emocional. Hay ternura, sí, pero una ternura incómoda, teñida de sangre y desamparo. Como cuando Ámbar, intentando ayudarlo con una herida de bala, cuenta: “La toalla se vuelve roja, de a poco. —Pasó limpia —dice y se tira en el sillón, aplastando el libro que leía hasta que vi aparecer las luces altas del VW 1500…”
Una voz femenina en clave noir
Narrada en primera persona por Ámbar, la prosa se mantiene ágil, de frases cortas, punzantes, que combinan lo lírico con lo callejero, lo íntimo con lo violento. El estilo de Ferraro no pierde el aliento nunca. Nos lleva de motel en motel, de cadáver en cadáver, de infancia perdida en infancia desmantelada. A través de una voz adolescente que no se queja, que no llora, pero que lo observa todo con una mezcla de miedo, lucidez precoz y una curiosa ternura por ese padre roto.
“Espero —quiero— una explicación. Que me diga cómo alguien va a trabajar de camionero y vuelve con la muerte.”
La frase pesa. Quema. Porque en esa aparente inocencia, hay una conciencia adulta y triste, como si cada kilómetro en la ruta le arrancara un año de infancia.
Violencia como paisaje y como herencia
La violencia no es solo una anécdota en esta historia. Es territorio, legado, idioma. Ferraro explora ese vínculo umbilical con el dolor que muchas veces une más que el amor, y lo hace sin caer en la pornografía del crimen. Hay persecuciones, balaceras, traiciones, sí, pero también silencios, pequeños gestos de cuidado entre padre e hija que emocionan más que cualquier declaración rimbombante. Como cuando él, herido, le murmura simplemente:
“Perdón.”
La novela no idealiza nada. No romantiza. Pero tampoco juzga. Su fuerza está en mirar de frente ese mundo oscuro, y encontrar dentro de él destellos —aunque sean fugaces— de afecto, lealtad, resistencia.
Un noir que duele y respira
Ámbar es una novela coming-of-age, pero en clave noir: la adolescencia aquí no es despertar sexual ni baile de egresados, sino aprender a no titubear al disparar. Ferraro logra una historia tensa, que late con violencia pero también con poesía, donde el vínculo entre padre e hija se convierte en una metáfora brutal sobre las marcas que nos dejan quienes amamos.