Una ciudad quebrada en mil relatos

Cuernavaca —esa ciudad que alguna vez fue paraíso de agua y jardines— es el escenario principal de Acequia, la novela más reciente de Amaury Colmenares, ganadora del I Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas y publicada en Estados Unidos por Chatos Inhumanos. No se trata de una simple reconstrucción urbana ni de una crónica realista: Colmenares erige un caleidoscopio narrativo donde personajes entrañables y delirantes conviven con mitos locales, abogados perdidos en trámites, comediantes retirados, vírgenes fragmentadas que llegan del mar, y hasta editoriales fraudulentas que publican libros firmados por dobles de autores célebres.

El resultado es un libro expansivo, de múltiples voces, que logra lo insólito: narrar la vida de una ciudad como si fuese una novela coral, atravesada por humor, melancolía y una extraña sensación de espejismo.

Voces, rumores, espejos

Los personajes de Acequia son muchos, pero hay hilos que los unen. Está Julieta Lucía Pensamiento Borges, jardinera obstinada cuyo apellido la condena a malentendidos literarios, y que termina fundando una editorial engañosa y brillante al mismo tiempo. Está el Lic. Aguas, abogado aburrido, atrapado en casos menores y en el eco de una amistad a distancia con Lópex Moctezuma, su compañero de juventud, hoy convertido en guía turístico que sobrevive mintiéndole a los extranjeros.

Colmenares construye sus voces con diálogos vivos, muchas veces hilarantes, que capturan lo absurdo de la vida cotidiana. Hay algo de Perec, de Bolaño y de Ibargüengoitia en este mosaico, pero también una cadencia muy propia, donde la oralidad mexicana se despliega sin filtros.

El humor como herida

Uno de los núcleos del libro es Altaflores, un comediante legendario que inventó el “humor del desconcierto”: hacer reír con lo que no da risa. Su figura se convierte en un espejo de la propia novela, que continuamente descoloca al lector. En Acequia, reír es un acto inquietante, casi violento, un modo de exorcizar lo grotesco y lo trágico.

La comicidad aquí no suaviza; expone la fisura. Como se dice en sus páginas: “La primera literatura, el primer uso impráctico de la palabra, fue el humor”.

Una poética del laberinto

La ciudad, el agua y las acequias funcionan como metáforas centrales. Las calles torcidas, los túneles subterráneos y los jardines desbordados recuerdan que Cuernavaca es un espacio donde todo se bifurca y se extravía. Leer Acequia es perderse en un laberinto narrativo, donde cada historia abre otra, y donde lo real y lo fantástico se entrelazan sin aviso.

Una novela inagotable

Aecquia es una novela arriesgada y generosa. Su escritura mezcla lo popular con lo erudito, lo local con lo global, y se atreve a poner en diálogo la cultura digital, el chisme de oficina y las leyendas coloniales. No es un libro de trama lineal ni de respuestas fáciles: es, más bien, una exploración de cómo se cuentan las ciudades, los amigos, los amores y las pérdidas.

Al terminarla, uno queda con la sensación de haber escuchado un rumor que no se agota, como el agua que corría en las viejas acequias: inasible, múltiple, siempre fluyendo.

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