En una Habana estancada, detenida entre apagones y despensas vacías, Karla Suárez decide encender una chispa. Habana año cero (Editorial Comba, 2019) no solo es una novela de intriga, sino una investigación apasionada sobre la identidad cubana, la historia científica y las ficciones que tejemos para sobrevivir en medio del naufragio. Suárez convierte la búsqueda del inventor del teléfono en una excusa narrativa que la lleva a explorar la Cuba del “período especial”, ese abismo de la década del noventa donde todo parecía en ruinas, excepto la necesidad de contar historias.
“Vivir en La Habana era como estar dentro de una serie matemática que no converge a nada. Una sucesión de minutos que no iban a ninguna parte. Como si todas las mañanas despertaras en el mismo día…”
Con ese tono lúcido y crudo, la autora sitúa su historia en un país que ha tocado fondo y solo le queda —como siempre— la imaginación.
El complot de los intelectuales
La narradora, Julia, es una matemática frustrada, devenida investigadora aficionada, cuya obsesión gira en torno a una teoría casi absurda pero hipnótica: que el teléfono fue inventado por un italiano que vivió en Cuba antes que Graham Bell. De pronto, lo improbable se vuelve urgente, y lo anecdótico, vital. Un grupo de excéntricos personajes —un profesor de dudosa honestidad, una amante italiana, un escritor paranoico— se suman a la pesquisa. Parecen sacados de una película de Kaurismäki, pero cubanizados con ron, sarcasmo y calor húmedo.
Más allá del juego detectivesco, Suárez retrata con agudeza el pulso cotidiano de La Habana: una ciudad donde la información circula como el ron clandestino, de mano en mano, de boca en boca. La novela se vuelve un fresco coral, pero la voz de Julia lo atraviesa todo con ironía, ternura y una inteligencia contenida.
Memoria, ficción, invención
La autora se mueve entre géneros: novela histórica, crónica urbana, sátira social. La obsesión por la autoría (¿quién inventó qué?) resuena con la pregunta más profunda del libro: ¿qué narrativas son necesarias para sostener la identidad cubana? En un país donde la verdad siempre parece una versión oficial y no una certeza, Habana año cero se erige como una contra-historia: parcial, afectiva, y profundamente humana.
Uno de los grandes logros del libro es su tono: nunca moralista, nunca solemne, pero siempre alerta. Karla Suárez escribe con una prosa sobria y precisa, con frases que respiran una sabiduría tranquila. No hay exceso, pero sí profundidad. No hay adornos, pero sí estilo.
Cuando lo perdido se vuelve motor
Lo que empieza como una investigación excéntrica termina siendo un mapa emocional. En esa Habana gris, donde la escasez era la regla, los personajes encuentran en la búsqueda del origen una forma de escapar de la inercia. La novela no propone certezas, sino preguntas. Y en eso radica su potencia.
“Quizás se trataba de eso: de inventar una historia para poder soportar el presente.” Esa línea, hacia el final del libro, encierra el espíritu de toda la obra. Karla Suárez no solo cuenta una historia original: nos recuerda que la ficción también puede ser una forma de resistencia.