«Neurosis Miami» o el arte de vivir entre simulacros

Por Nata Napolitano

En un vaivén de nostalgia, ironía, existencialismo y televisión, Neurosis Miami de Gastón Virkel se presenta como una novela que es tanto un testimonio generacional como una carta de amor y desamor a Miami, la ciudad que intenta ser más una serie que una metrópoli. El autor argentino construye un relato que, desde el humor, desnuda las fracturas del migrante cultural y del artista atrapado entre la reinvención personal y la seducción del simulacro mediático.

Una ciudad que se sueña a sí misma

Virkel nos lanza a un Miami que no existe por sí solo, sino que vive como una sombra de Miami Vice, la serie icónica de los 80. Esta premisa atraviesa toda la novela: el protagonista Boris Finkelstein —¿alter ego del autor?—, pelirrojo, outsider, ex publicista y redactor de MTV Latinoamérica, se instala en Miami con el deseo de reinventarse. Pero la reinvención no es nunca limpia ni épica. Lo que Boris descubre es que en Miami la identidad no se transforma: se disfraza. La ciudad, como él mismo, se maquilla para parecerse a algo más interesante.

En una prosa ágil, cargada de guiños pop y referencias culturales, Neurosis Miami es tanto un diario íntimo como un guion inconcluso. De hecho, el corazón narrativo de la novela es justamente un guion fallido: el intento de escribir un spec script para un episodio ficticio de Miami Vice, escrito junto a Sammy, un psicólogo mexicano fracasado que se convierte en mentor espiritual y cómplice neurótico de Boris.

El simulacro como identidad

Virkel tematiza el simulacro no solo como referencia borgiana o baudrillardiana, sino como una forma de supervivencia. Ser argentino en Miami, trabajar para MTV, mudarse con libros de Borges, ver el 9/11 desde una «man cave» repleta de VHS: todo en la vida de Boris es una colección de momentos que parecen reales, pero nunca terminan de serlo.

Y en el fondo de ese desfile de personajes —la seductora y compleja Wilma, el niño precoz Martin, los detectives Crockett y Tubbs convertidos en figuras oníricas—, el lector encuentra una tragedia silenciosa: la imposibilidad de pertenecer. Boris no encaja en Argentina, pero tampoco en Estados Unidos. Vive, como Miami, atrapado en el umbral de lo que quiere parecer y lo que nunca será.

Humor, psicoanálisis y VHS

Neurosis Miami también es una reflexión sobre los lenguajes: el español atravesado por regionalismos, el inglés aprendido a los golpes, el Spanglish como puente inestable. Hay momentos hilarantes que contrastan con pasajes de profunda melancolía. La figura de Izzy Moreno, por ejemplo, el informante cubano de la serie, aparece como una voz mítica y omnipresente, casi como el Ello freudiano que todo lo quiere y todo lo toma.

En ese mundo de cintas gastadas y referencias anacrónicas, el guion de Miami Vice deviene en excusa para hablar de otras cosas: la derrota de los sueños, la muerte de los ideales, el peso de la familia, la extrañeza del deseo. Y en medio de todo eso, un homenaje sutil a Borges, a los espejos, a los monstruos.

Una novela para sobrevivir a la nostalgia

Virkel ha escrito una obra inclasificable, híbrida, que dialoga con la novela de formación, el guion cinematográfico y la crónica urbana. Neurosis Miami no pretende ofrecer respuestas, sino acompañar preguntas. ¿Es posible empezar de nuevo? ¿O solo cambiamos de escenario para repetir la misma función?

Con una mirada aguda y una sensibilidad que oscila entre el cinismo y la ternura, esta novela construye un retrato sincero del que emigra no por necesidad, sino por desesperación estética. Un texto que se ríe de sí mismo y que, en ese acto, nos invita a reírnos también de nuestras propias imposturas.

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