Kathy Serrano

Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que

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Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que

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