Sueños que duelen, realidades que sangran: el universo fantástico de Héctor Torres

En El amor en tres platos, Héctor Torres cocina a fuego lento una serie de cuentos donde el sueño y la vigilia, la ternura y la violencia, el absurdo y la cotidianidad, hierven juntos en una misma olla narrativa. El resultado es un libro hipnótico, de esos que se abren con curiosidad y se cierran con desasosiego.

Este volumen, compuesto por una veintena de cuentos escritos entre 1993 y 2001, es también un artefacto de madurez. Torres reescribe sus primeros textos con una mirada crítica, consciente de los “pecados” de juventud, pero fiel a los impulsos que los originaron. El resultado es una obra cohesionada, donde se perciben las huellas de Borges, Cortázar y Bioy, sí, pero también la voz ya consolidada de un autor que ha aprendido a afinar su instrumento narrativo.

La grieta en el suelo, la grieta en el alma

Desde la primera historia, La herida, comprendemos que el autor no tiene intención de jugar con lo fantástico desde el escapismo, sino como una forma radical de interrogar la realidad. Una mancha en la plaza pública se transforma en una llaga abierta en la tierra —literalmente, una herida— que nadie sabe cómo curar. Pero no hace falta escarbar demasiado para intuir que la mancha es también colectiva: una herida histórica, urbana, política. ¿Cómo se cura una ciudad herida? ¿Cómo se cura un país? ¿Cómo se cura una pesadilla compartida?

Lo fantástico como forma del dolor

Resulta sumamente interesante ver cómo Torres inyecta humanidad en cada desvío de la lógica. En Las despedidas, por ejemplo, el lector se sumerge en una historia de amor imposible narrada desde distintos planos temporales. En El personaje perfecto, un hombre contrata a un escritor para que le guione la vida —con final fatal incluido— y en Servicio suspendido, una alegoría deliciosa, se nos plantea la posibilidad de que los sueños cobren derechos de autor. Hay humor, pero siempre con un filo que corta.

El cuento Yo tampoco escogería mayo para comenzar se convierte en un mini-thriller filosófico donde el narrador se rebela contra el narrador omnisciente, hasta convertir al lector en cómplice de un crimen. Es un texto que dialoga con la tradición del «cuento dentro del cuento», pero con una vuelta de tuerca existencial que desconcierta y seduce.

Los cuerpos, la ternura, la pulsión

Más allá de las tramas, El amor en tres platos está habitado por personajes complejos y entrañables. Uno de los más memorables es Pilita, el perro narrador de Las tardes de los sábados, quien observa, sufre, y ama a su humana con una lucidez dolorosa. Ese cuento, entre lo tierno y lo cruel, habla de los vínculos más invisibles: los afectos no correspondidos, el deseo que no tiene lenguaje, la fidelidad que se convierte en condena.

También hay cuentos que exploran la venganza, la redención, la locura. En El día esperado, un hombre viaja para vengarse de su viejo socio y termina descubriendo una fraternidad que lo desarma. En Dos hermosas y relucientes navajas, un viejo oficinista vive una aventura onírica que lo transforma. En Sonata en la menor, la historia de amor más extraña del libro —entre un pianista solitario y una cucaracha— se convierte, contra todo pronóstico, en una elegía conmovedora sobre la soledad, el deseo y la música.

Un banquete de sombras

El título del libro funciona como un guiño, un juego, una ironía: El amor en tres platos no ofrece recetas fáciles ni postres dulces. Es un festín inquietante donde el lector prueba bocados de lo absurdo, lo trágico y lo hermoso, muchas veces en un mismo cuento.

Lo que queda al final no es una certeza, sino una sensación: la de haber sido tocados por una forma de extrañeza que se parece —demasiado— a la vida real.

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