Desordenadas (Suburbano Ediciones, 2019) se compone de relatos que parecen una suerte de fragmentos de vida rescatados al vuelo: escenas familiares, confesiones, diálogos domésticos, crónicas de migración, violencia, amores y dolores que nunca se cuentan de la misma manera.
Lo primero que avisa la autora en su nota para el lector es que estas historias no nacieron con la intención de armar un libro. Son piezas sueltas, escritas a lo largo de los años, ahora reunidas como quien recoge pedazos de memoria desperdigados en una habitación. Ese gesto, el de juntar lo disperso, ya es en sí un acto de resistencia contra el orden impuesto.
La vida como manifiesto
El texto que abre, “Una cosa sin sentido”, funciona como poética de la colección: Saavedra habla de su relación con los personajes, de su rebeldía, de cómo se escapan de la página, de cómo ella misma pelea con el idioma —padres, hijos, ellxs— y con la necesidad de nombrar lo innombrable. Allí, más que un cuento, lo que tenemos es una declaración de principios: la literatura como un lugar donde lo incierto, lo caótico y lo desobediente se convierte en material narrativo.
Historias de cuerpos y ausencias
Cada relato se mueve en un registro distinto pero mantiene una misma fuerza visceral. En “Silencio incomprensible de los martes”, la soledad de un personaje se mezcla con delirios sensoriales, voces imaginarias y la aparición fantasmal de un amigo. La narración oscila entre la ternura y la locura, y desemboca en una escena final donde la madre y una ambulancia cierran el círculo de un martes eterno.
En “Your shift is over”, en cambio, entramos en la vida extenuante de dos mujeres migrantes que cosen ropa interior en una fábrica. El cansancio se mide en el color de las ojeras, en el inglés aprendido a medias, en la rutina mecánica del bus que siempre pasa a la misma hora. La violencia llega de manera brutal, casi absurda, como si la vida misma se volviera una emboscada.
Otro relato que impacta es “Cuatro Lauras”, tragicómico y feroz, sobre una familia marcada por el machismo de un padre controlador y el destino inesperado de tres hijas embarazadas del mismo hombre: el técnico de computadoras contratado para reparar los cibercafés familiares. El relato avanza como una novela en miniatura, con diálogos vivos y un humor que esconde la tragedia.
Feminidad, violencia y memoria
Los cuentos de Saavedra no son complacientes. Hablan de menstruaciones desbordadas (“Ultra Soft Plus”), de violaciones y migración (“No llores, mi reina”), de identidades raciales y cabellos insumisos (“Shampoo and Style”), de amores que se contaminan de crimen (“Vos no viste que no lloré por vos”). Son historias que exponen el peso de ser mujer en contextos donde el cuerpo es siempre un campo de batalla.
Pero también hay humor, ironía y ternura: la autora sabe que el dolor convive con lo ridículo y lo cotidiano. Y que la oralidad —ese modo tan nuestro de hablar entre risas y lágrimas— es un refugio y una manera de narrar el mundo.