El comandante Lázaro Duarte ha recorrido un largo camino desde su primera aparición literaria hasta convertirse en un referente del thriller policiaco fronterizo. Creado por el escritor Gabriel Trujillo Muñoz, este personaje se ha consolidado como una figura compleja dentro del género negro, enfrentando no solo el crimen y la corrupción, sino también sus propios dilemas morales y su evolución como líder dentro de su comunidad.
En esta entrevista, el autor nos adentra en el proceso creativo detrás de sus novelas La frontera es un arma caliente y Extranjeros perniciosos, explorando la construcción de sus personajes, el trasfondo social que define su obra y la manera en que la frontera se convierte en un escenario tan caótico como fascinante. Además, reflexiona sobre la percepción de la migración en su narrativa y cómo el thriller policiaco puede ser un vehículo para revelar las complejidades de una región donde la legalidad y el crimen se entrelazan constantemente.
¿Qué lo inspiró a crear el personaje del comandante Lázaro Duarte y cómo ha evolucionado a lo largo de sus aventuras literarias?
Este personaje empezó en un cuento. No iba a pasar de ese formato narrativo, pero el propio Lázaro Duarte fue evolucionando hacia una figura policial más compleja. De ser un investigador policiaco rebelde, destinado al archivo muerto de la policía del estado de Baja California, llegó a ser el jefe de la policía estatal en el poblado fronterizo de Los Algodones, en el primer libro en que es protagonista, La frontera es un arma caliente (Suburbano, 2021). Esto le confirió otras habilidades: como coordinador de sus subordinados, como representante de la ley, como vocero de su propia comunidad. Ya no debía pensar solo en sí mismo, sino en los demás. Esta transformación del personaje se percibe mejor en Extranjeros perniciosos (Suburbano, 2024), donde Lázaro Duarte adquiere conciencia de que hay cosas a las que no se les puede dar la vuelta, que proteger a su comunidad es asunto prioritario y que ejercer como jefe policiaco implica respeto a sus semejantes.
El crimen organizado y la corrupción policial son temas recurrentes en la trama. ¿Basó estos elementos en casos reales o en su propia percepción del entorno fronterizo?
La frontera es un arma caliente es una novela que cuenta el periplo del comandante de policía Lázaro Duarte en un poblado fronterizo hostil a su presencia, con sus propias leyes en uso y sus propias formas de corrupción. Todos esos elementos lo llevan a sortear amenazas y enfrentamientos letales, no solo para salir con vida, sino para desvelar lo que ocurre debajo de la máscara de tranquilidad pueblerina. Como el protagonista bien sabe, todo pueblo fronterizo, por más pequeño que sea, por más anodino que parezca, es un infierno en marcha, una comunidad tejida con secretos y crímenes inimaginables. El comandante Lázaro Duarte se jugará el pellejo para descubrirlos y encontrar un modo de sobrevivir a cualquier precio.
Por eso, además de ser una narración a salto de mata, La frontera es un arma caliente, al igual que Extranjeros perniciosos, es una novela que revela cómo los efectos globales se vuelven tragedias locales, donde el crimen es parte de la vida en sociedad. Sin embargo, una constante del protagonista es su sentido del humor, su capacidad de caer de pie incluso ante las peores circunstancias. A veces, el cinismo es el mejor escudo protector con el que nuestro comandante cuenta ante los retos del trabajo policial.
El título Extranjeros perniciosos sugiere una percepción negativa de los migrantes, pero la historia parece desafiar esa idea. ¿Cómo eligió el título y qué significado tiene dentro del contexto de la obra?
Es una frase que oía mucho en las noticias, tanto nacionales como internacionales. Si se dice «migrante» o «indocumentado», por lo común, viene acompañado de un caso criminal, de una invasión, de una protesta ciudadana o de una tragedia, tanto entre quienes llegan como entre quienes los rechazan. Pero los migrantes también son extranjeros que vienen a contribuir al país al que arriban.
Mientras escribía la novela, se me hizo muy presente que la historia misma de mi región, Baja California, un estado fronterizo mexicano, se ha construido con gente venida de muchos países: Inglaterra, Alemania, Italia, Japón, España, China, la India, Líbano, Israel y de todas las regiones de México. Todos los migrantes, de una u otra manera, nos han fortalecido y nos han hecho más prósperos.
Sin embargo, con las caravanas de caribeños y centroamericanos que llegaron a partir de 2018, surgieron síntomas de racismo y clasismo, de desconfianza hacia quienes no hablaban español sino francés —como los haitianos— o hacia quienes eran presencias multitudinarias —como los centroamericanos y venezolanos—. Pero ahora, casi una década después, muchos de los migrantes que se quedaron en la frontera son médicos, comerciantes, trabajadores de la industria del servicio. En poco tiempo, se volvieron bajacalifornianos.
La idea de que eran «extranjeros perniciosos», como la gente prejuiciosa pensaba de ellos, ha cambiado. El adjetivo actual sería «extranjeros beneficiosos». Y eso quise mostrar en mi novela: que tememos a quienes no conocemos, pero, una vez conocidos, se vuelven familia, forman parte del entramado social y es necesario cuidarlos como a cualquier otro ciudadano.
En la novela, la frontera es retratada como un espacio caótico, donde la ley y el crimen parecen entrelazarse. ¿Cómo construyó esta ambientación y qué aspectos de la vida fronteriza considera más impactantes?
Los elementos que aparecen en Extranjeros perniciosos son caóticos porque así es la frontera: un caos. Pero ese caos es fructífero en impulsos creativos y en la vida social.
Yo vivo en la frontera y entiendo que la lección fundamental de esta región del mundo es que la frontera es un puente entre dos países, entre dos culturas. Un sitio de convivencia más que de violencia. Lo que digan y hagan los políticos desde la Ciudad de México o desde Washington no define la manera en que nos tratamos entre nosotros: dependemos unos de otros, y eso nos hace considerar al vecino como un aliado ante las vicisitudes de vivir en una zona desértica, donde los percances abundan y nada es seguro.
Aquí, ley y crimen se entrelazan, por supuesto. Son actores de una misma obra, protagonistas del juego milenario del gato y el ratón. A veces el gato es la ley que se impone a rajatabla, y a veces el ratón es el crimen que se escurre entre sus garras. En esa ambigüedad, todo es posible. La novela policiaca, la narrativa noir, puede crear una ficción que englobe todos los usos y costumbres que hacen de la frontera un sitio idóneo para el contrabando de objetos y personas.
De eso trata Extranjeros perniciosos: de los depredadores que acosan a los migrantes, de los abusivos que buscan sacar tajada del dolor humano, de los hipócritas que dicen ayudarlos y solo los explotan y asesinan.
El personaje de Sofía Ospina, una migrante venezolana, juega un papel crucial en la trama. ¿Qué representa ella dentro del relato y qué quiso explorar a través de su historia?
Sofía Ospina es un personaje que representa el gozo por la vida, la libertad sexual, la resistencia ante los trámites y obstáculos para cruzar la frontera y poder cumplir su sueño americano. También es una mujer que le enseña a Lázaro Duarte que la vida no es solo trabajo: hay que vivir con esperanza, sin importar si las cosas cambian o no.
Sofía es una figura que sacude al comandante y lo hace ver a los migrantes más allá de ser un problema a solucionar. Son seres humanos y así se les debe tratar, independientemente de lo que se piense de ellos.
Su obra combina elementos del thriller policiaco con un trasfondo social profundo. ¿Cómo equilibra el ritmo de la acción con la crítica a los problemas de la frontera sin perder el interés del lector?
Escribo pensando como lector: quiero que mi trama tenga el suspenso suficiente, que mis personajes se enfrenten a obstáculos pero no desistan en sus investigaciones, que los misterios los lleven a descubrir el corazón de las tinieblas de nuestra sociedad.
Mi obra es una narrativa de aventuras, donde lo fronterizo es la raíz de mi escritura y, al mismo tiempo, el destino a alcanzar. De todo ello extraigo presunciones, certezas, verdades. Lo que creo y lo que puedo probar. Lo que imagino y razono por igual.
Mis novelas se sumergen en sitios tétricos, donde la crueldad abunda, pero de esas fosas narrativas emergen personajes fortalecidos. Porque, aunque lo siniestro esté presente, la vida siempre tiene la última palabra.
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