“Toda estadística, toda labor meramente descriptiva o informativa, presupone la espléndida y acaso insensata esperanza de que en el vasto porvenir, hombres como nosotros, pero más lúcidos, inferirán de los datos que les dejamos alguna conclusión provechosa o alguna generalización admirable”.
(“Una tarde con Ramón Bonavena”, Crónicas de Bustos Domecq)
“Una de las pocas cosas que dijo en su vida con algún sentido Camilo José Cela es que una novela es un libro que en la tapa y debajo del título dice novela”.
(Eduardo Lalo, revista Ñ)
El orden de las cosas
Una biblioteca es una autobiografía. En este caso, los libros que vendemos tienen la dictadura del mercado –top ten de best sellers–, pero a la vez, la libertad del gusto del lector que está a un lado de los “más vendidos” y busca ese autor que permanece en el tiempo pese a las modas, las malas traducciones y el rencor de los colegas.
Pienso en Thomas Mann y aquello de que una ciudad es una obra colectiva. Esta librería también lo es.
Recuerdo
Recuerdo que la librería abre de 10 de la mañana a 10 de la noche, todos los días, salvo los domingos, que es de 12 del mediodía a 8 de la noche.
Recuerdo que la frase-mantra es: “si necesita algo, estamos aquí para ayudarlo”.
Recuerdo que detesto a la mayoría de los editores y escritores que viven en esta ciudad.
Recuerdo que hay que apretar F12 en la computadora cada vez que un cliente hace una compra y F5 cuando usa la tarjeta de crédito.
Recuerdo que no hay que mostrar mucha alegría.
Recuerdo que los libros que jamás llevaría a mi biblioteca son los más vendidos.
Recuerdo que hay que apagar el aire acondicionado (y las computadoras) a la hora de cerrar.
Recuerdo que debo recomendar “las novedades”.
Recuerdo que los dueños de la librería son los hermanos Daranas.
Recuerdo que uno se llama Montiel, el más gordo y con una sonrisa irónica; y el otro, Reinaldo Abel.
Recuerdo que cuando no hay clientes debo hacerme el que trabajo y simular que acomodo los libros.
Recuerdo que El Principito y Mafalda son nuestros long sellers.
Recuerdo que los lunes y miércoles son mis días off.
Recuerdo que pagan cada quincena.
Recuerdo que esas fechas son las más felices del mes.
Presentaciones
A veces las presentaciones son una rara experiencia, sobre todo las de editoriales locales que básicamente se dedican a estafar a incautos autores. Siempre con tapas de una fealdad increíble, como el diseño interno, el papel, la tipografía. No es el problema la baja calidad sino que hay una desidia en esos editores que todo lo vuelve grosero.
En verdad, las presentaciones se asemejan a las reuniones de Tupperware. Son una excusa para que la gente chismosee, se saque selfies y las postee en Facebook.
La mayoría de esas editoriales publican poesía y memorias.
Danza negra
Es como un tsunami que arrastra un vaho insoportable. Lo riega aquí y allá. No hay horarios ni días fijos: lo suyo es un compromiso de libertad.
La homeless afroamericana deambula con sus rollers por la librería bailando una danza narcótica, con música que sólo ella escucha. Un ademán y agarra un libro sin mirarlo para luego colocarlo con elegancia en el mismo estante.
Al irse, los que están en la librería se miran con la certeza de haber sido testigos de un hecho maravilloso y desconcertante.
Sobre acomodar libros
El que visita una librería sabe que las obras están en orden alfabético, por país o por género (y sí, existe uno llamado “Autoayuda”). Pero en ésta no siempre sucede eso: a Borges que se sentía malquerido por Lugones, a veces lo coloco junto a él; también a Anais Nin que no terminó muy bien con Henry Miller. Lo mismo con Gabo y Marito.
A los suicidas –siempre las poetas ganan en la lista– los dejo en la sección infantil.
“Si te descubren te echan”, me alerta una amiga. Es posible, aunque prefiero pensar aquello que decía Paco Urondo: “lo mejor de la poesía es la amistad”.
El homenaje al Gran Poeta
La noche prometía un homenaje al Gran Poeta –omitamos la nacionalidad–, con amigos escritores, su familia, conocidos más cercanos, eruditos.
Esa noche presentaban la edición de sus Obras Completas. Era un acontecimiento, una deuda de años que por fin quedaba saldada. Se preparó un banquete con vinos y comidas tradicionales.
La sala estaba llena. El primero que habló fue un joven escritor. Como era previsible, cargó su discurso de adjetivos y esperanza. Le siguió otro –de la misma generación que el homenajeado– cauto en elogios que disimuló con fechas y anécdotas. Un profesor aburrió con teorías literarias. Los hijos lloraron.
Una loca–“no se llega a ser loca, se nace loca”, dixit Raúl Escari– recordó su niñez en casa del Gran Poeta, los libros que descubrió a su lado como tantos otros placeres. En un momento, la loca habló de su más reciente novela y a qué hora se transmitía su show de televisión.
Fue un breve paréntesis, luego regresó a la memoria del Gran Poeta y cómo sus familias criollas perdieron un país en manos del populismo.
Hubo aplausos. Más lágrimas. Terminados los discursos, el público –y los oradores– se abalanzaron sobre la mesa con comida.
A pocos metros yacían apiladas las Obras Completas que, como el Gran Poeta, regresaban al lugar de siempre: el implacable olvido.
La Library de América
En los Estados Unidos hablar más de un idioma está mal visto. La condición de monolingües se une a la extraña creencia de muchos de sus ciudadanos que de esta manera son “más” norteamericanos. Como pocos presidentes en la historia de este país, Donald Trump ha lanzado un plan que limita la inmigración, persigue a los indocumentados e intenta defender el inglés como lengua oficial. Entre otras supersticiones decimonónicas, Trump cree que el español solo es un idioma de cocinas. Cualquiera que se ha ganado la vida en una sabe que, inclusive, se habla español.
En estos tiempos oscuros trabajar en una librería que tiene especialmente obras en español es un acto estético y no menos político.
Peaje literario
Al lado del libro de Kerouac llamado En el camino, coloco otro libro de Kerouac titulado En la carretera.
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