Por Alan Rafael Santacruz Farfán
No abundaré mucho en la obra de Panero que, para eso —ya en esta mesa— hay doctos que con más gracia y elocuencia podrán discurrir sobre los trabajos del poeta. Quisiera, sí, hablar sobre la urdimbre del libro que nos convoca. Leopoldo María Panero, o Las Máscaras del Tarot (Suburbano Ediciones, 2017), de Xalbador García, es un libro magnético y revelador. Es capaz de atraer, tanto al erudito como al neófito, y —a la vez— posee la claridad para revelar —a la par de los rasgos del poeta— los de la locura; por eso este texto es universal, ya que nos revela también una parte de nosotros mismos porque ¿qué es la locura, sino un estadio normal fuera de la regularidad estadística en toda psique? Todos hemos estado ahí, ya sea de paso, o de forma más o menos permanente; por eso es que las aristas de este texto nos pueden quedar cerca, más a la mano de lo que —incluso— pudiésemos querer o aceptar.
Lo primero que quisiera decir es que —a pesar de que el texto está escrito por un fan del poeta— en el texto no se percibe ese cariz de elogio constante que suele acentuarse con la muerte del protagonista. Aquí no. Al contrario, el libro retrata a Panero con dureza, con crudeza, y —por tanto— con verdad. Esto es importante, porque en todo el texto se rodean estos tres términos: la crudeza, la muerte, y la verdad; todo a través de los ojos de un loco, Panero; o de dos, porque Xalbador García no alcanza a quedar exento.
Leopoldo María Francisco Teodoro Quirino Panero Blanc, tuvo por nombre (Quirino) el de un muerto. Prácticamente todos los vivos tenemos por nombre el de alguien que también lo tuvo antes, pero que ya ha muerto. Nuestros nombres son también nombres de personas ya muertas. Esta es una revelación importante. Pero en el caso de Leopoldo María, ese muerto era su hermano, fallecido a las 18 horas de vida, tres años antes del nacimiento del poeta. Eso, ya de suyo, es un sino, un destino declarado. Sin embargo, Xalbador García nombra a Leopoldo María Panero con un mote poderoso, místico en su símbolo, y quizá adecuado al personaje: El Demiurgo. Esta figura refiere al impulsor y hacedor de la realidad universal neoplatónica. Si recordamos a Platón, él enseña que la realidad no es este remedo material en el que habitamos, sino que la realidad está constituida por el éter de las ideas, y que esta vida palpable es sólo una burda representación tangible. Ante esto, El Demiurgo —en su potestad divina— se compadece de la materia y plasma en ella las ideas. Nos regala los objetos palpables con los que pretende ilustrar al universo, y que ahora conforman nuestra realidad. Gracias a esto, El Demiurgo padece la degradación hacia el mal; ya que desde el espíritu ideal se reduce a la materia, y aprisiona al humano en las pasiones materiales. El Demiurgo es entonces —dentro de la geometría hierática judeocristiana— una de las representaciones del mal, de la conjura diabólica. Por eso es natural que tienda a la excentricidad, a la degradación, y a la locura. Xalbador García define puntualmente al sujeto de su texto con este nombre.
Pero el libro habla fundamentalmente sobre la locura. “Ese es el verdadero peligro: perderse en la locura pensando en la locura”, como en El Zahir, de Borges; “Noches hubo en que me creí tan seguro de poder olvidarla que voluntariamente la recordaba. Lo cierto es que abusé de esos ratos; darles principio resultaba más fácil que darles fin”. La locura se dibuja aquí como ese abismo fascinante, como ese vértigo que es una expresión secreta de querer lanzarnos al vacío. El loco yerra, pero no miente, decía Leopoldo María en su descargo. Hay, entonces, una relación indisoluble entre verdad y locura. Y no hay más verdad que la muerte, que de eso también trata el texto.
A la muerte de su madre, se presentó en el funeral y quiso revivirla respirándole de boca a boca. La familia se lo impidió. Leopoldo María Panero afirma que Michi, su hermano, se reía mucho de esa anécdota. Enrique Bunbury le preguntó si la muerte de Michi le dolió, y Leopoldo María Panero dijo que sí, pero que no tanto. “Bueno, no lo quería tampoco mucho, si no, lo hubiera resucitado”, dice entre risas. El humor ante la muerte, ante lo elegíaco, lo terrible.
“Es duro el trabajo de la pesadilla”, decía Panero. Este libro es —de alguna forma— la narración de la pesadilla de vivir. Reza la conseja popular que los niños y los locos siempre dicen la verdad. En este libro también se habla de la verdad en la más cruda de sus facetas, y este es un oficio digno de locos o de niños. En una entrevista de 1999, Panero decía que “los niños no le tienen asco al excremento, ni a la orina, ni a nada; por eso Furier recomendaba a los niños para limpiar las alcantarillas”. Pues bien, para acometer a este libro, seamos locos, o niños, o ambos —como el Peter Punk, del que hablaremos más adelante— e intentemos hacer una taxidermia de estas Máscaras del Tarot.
El texto comienza con una suerte de prefacio que es —a la vez— una sabrosa narrativa de cómo Xalbador se encontró con Leopoldo María en el Manicomio Mondragón. Este retrato casi cinematográfico dibuja de cuerpo entero la personalidad del poeta. De ahí se va a un periplo durante los 22 Arcanos mayores del Tarot, y su relación con la biografía de Panero. Cada carta, amén de su símbolo cercano al psicoanálisis de Carl Gustav Jung, describe tanto episodios de la vida, como los motivos recurrentes de su creación poética. Sin afán de contribuir a la redundancia, repaso brevemente cada arcano con las notas breves que me dieron su lectura.
El Loco
Leopoldo María Panero decía “Bonito lo es todo, lo malo es el hombre”. Él mismo era un hombre, y se concebía desde la perspectiva de Thomas Hobbes, Homo homini lupus, el hombre como lobo de sí mismo. Fue un hombre del franquismo español, y este franquismo tuvo un modo peculiar para tratar los padecimientos psiquiátricos. De entrada, la dotación de electrochoques a Panero por su atracción hacia el Tarzán Johnny Weissmüller. También destaca la relación de El Cuervo, de Poe, con la locura de Panero; así como la locura como tortuoso camino a la verdad.
El Mago
El loco y el brujo acceden al conocimiento divino, sólo que el loco falla; es un brujo a medias, y en esa falla enloquece, pero no miente.
La Sacerdotisa
Símbolo de la creación y la sabiduría. Para Panero la Sacerdotisa es la literatura. Su trabajo, a pesar de ser modernista, mama del romanticismo decimonónico en el que el artista deja su vida en la pasión creadora. Escribe, no para su tiempo ni sus contemporáneos, sino para la trascendencia. Y se le va la cordura en ello. Por eso acudía a lo terrible, como en la máscara de Nietzsche, para hacer llevadera la abrumadora profundidad de sus letras, pero —al final— la poesía es esa profundidad desenmascarada.
La Emperatriz
La relación entre Leopoldo María Panero y su madre se fincaba en el amor-odio, y algo de Edipo. Tuvo que matar simbólicamente a su padre, y relacionarse con su madre para asumir su destino. El primer intento de suicidio de Panero, a los 20 años, era una llamada de atención a su madre, quien resolvió internarlo en el psiquiátrico. A partir de ahí hubo reclamo y reconciliación, hasta la despedida fúnebre.
El Emperador
La muerte del padre como símbolo de la muerte del franquismo. El patriarca comenzó en la izquierda, pero el régimen de Franco lo alineó hasta hacerlo estandarte cultural de la dictadura en Inglaterra y España. Leopoldo María Panero cifró en su obra toda la distancia que quería poner entre él y la herencia de su padre.
El Papa
La obra de Leopoldo María Panero pretende reconocer al catolicismo para blasfemarlo. Es una de las aristas con las que pretende alejarse del legado que su época de hubo heredado.
Los Enamorados
Eros y Misos como complementos de la misma desgracia. Mercedes Blanco como su gran amor y su musa. Las relaciones de pareja tortuosas, como reflejo de una oscura bohemia, pose del poeta ante la vida. Las derrotas presentes se asoman como un conjuro a la derrota pasada con Mercedes.
El Carro
El presente libro (Las Máscaras del Tarot) representa a la carta de El Carro, como transporte seguro de regreso, desde la locura a la literatura.
La Justicia
El 11 de diciembre de 1968 fue encarcelado por portar marihuana. Se le acusó de violar la Ley de Vagos y Maleantes. En su descargo dijo “Recuerdo que solía entonces comentar con Eduardo: maleantes sí, pero ¿vagos? Si hemos convertido el arte de vivir en un trabajo”. En la cárcel probó una suerte de “homosexualidad terapéutica”, aprobada y presumida por su madre. Lo experimentado en la cárcel, conjunto con los preparativos de su primer libro, lo catapultaron a la ruina.
El Ermitaño
No sólo fue un vagabundo en la geografía, sino también en la literatura: la combinación de discursos y géneros de la “alta cultura” y la “cultura pop” hacían de su obra algo errático pero poderoso, que hace converger voces dispares.
La Rueda de la Fortuna
En el caso de Leopoldo María Panero, la fortuna fue una desdicha, y consistió en la longevidad. La fortuna de eludir físicamente a la muerte por más de 60 años pudo conjurarse gracias a todas las veces que —en las letras— se mató a sí mismo.
La Fuerza
La biografía de un adicto a los estupefacientes. La libertad más grande del ser humano, que es la de poder elegir la propia autodestrucción.
El Colgado
La Generación del desprecio, nombrada por Leopoldo María Panero, a la camada de poetas españoles a la que perteneció. Una generación de ruptura. La crítica a esta generación decía que sus pecados eran ser “frívolos, sectarios, dogmáticos, snobs y neocapitalistas, y no negar sus influencias que se nutrían de la publicidad, el cine, la televisión, el rock y las historietas”.
La Muerte
Gran parte de la poesía de Leopoldo María Panero refiere a la muerte, toda su obra es el periplo de la comprensión de lo perecedero, y al final, de lo caduco. Por eso su obra es perdurable.
La Templanza
“No hay autor, sólo poemas. Pero hoy, claro, la gente se preocupa más del poeta que del poema”. Leopoldo María Panero trabajaba sobre la obra universal, sobre lo dicho por otros y lo dicho por él, como si la poesía fuese sólo un inmenso poema a través de tantos autores. Así, Leopoldo María Panero entendió que la poesía es El Aleph, y que él era sólo una de sus minúsculas aristas.
El Diablo
La oda al oscuro, mediante lo escatológico, lo patético, lo lóbrego, y lo escandalosamente inmoral, era para Panero —más que un modo de llamar a que lo censuraran— una forma de explorar en la faceta de belleza que —de suyo— tiene la oscuridad del espíritu.
La Torre
El símbolo de Babel, la proyección de las lenguas a favor de un mismo discurso poético. “El verdadero poema no es fiel a otra realidad lingüística que la rotura del lenguaje por la metáfora y la metonimia, la sinécdoque, la aliteración y la rima”. Panero discurría fluida la poesía en todas las lenguas que dominaba.
La Estrella
La relación del ready-made de Duchamp con Leopoldo María Panero, cifrada en la colocación de recursos pop en la poesía. “Su viaje por la poesía no puede concebirse sino a partir de la destrucción y el poeta no entendía otra destrucción más que el acabamiento de toda la literatura institucionalizada”.
La Luna
La carta que representa el momento más oscuro en el viaje del héroe. Los Panero como una estirpe condenada a lo oscuro.
El Sol
La niñez, la orfandad, el Peter Punk. La eterna rebeldía adolescente y la negación de la adultez.
El Juicio
Episodio sobre la muerte de Leopoldo María Panero y la gloria de bronce que le acompaña al deceso.
El Mundo
Una cita: “El Demiurgo eligió a la ruina para conformar, junto a la locura y la muerte, el triunvirato de sus musas. La ruina que es el destino y el camino de todo ser humano”.
El libro termina de súbito. Como una buena historia sin epílogo y con un corte contundente. Aquí lo abrupto es un recurso poderoso para aumentar el eco de silencio después del punto final.
—o0O0o—
Hasta aquí las notas del libro. Ahora un breve comentario sobre una visión emanada del Tarot, rescatada por Joseph Campbell en el Monomito, el viaje de héroe, presente en todas las narrativas mitológicas y que —de forma sucinta— refiere a que toda épica tiene un protagonista que vive en su realidad, y que es llamado al viaje del conocimiento; que reniega del llamado, pero luego es convencido a emprender el viaje; cruza el umbral a lo desconocido, se enfrenta a adversidades, y es guiado por un maestro; triunfa sobre la adversidad, y sucede una de dos cosas: o regresa a lo que era su realidad para enseñar lo aprendido, o se queda en el mundo desconocido para siempre. Panero fue un héroe que emprendió un viaje pero que no regresó. Se quedó para siempre prisionero en el hades de la locura y de las letras.
“Sois vosotros los que están en la cárcel, yo no”, dijo Panero al despedirse de Bunbury y de Ann, al final del documental Un día con Leopoldo María Panero. Es muy probable que haya tenido razón.
* Texto leído en la presentación de la obra en el Museo de Aguascalientes (Aguascalientes, México).
Alan Rafael Santacruz Farfán es analista político y de medios de comunicación. Como escritor, se ha dedicado a la dramaturgia, la narrativa corta, el artículo de opinión y el guion audiovisual; con diversa obra montada, filmada y publicada. Actualmente funge como Coordinador de Enseñanza Artística en el Instituto Cultural de Aguascalientes. Ha sido Coordinador de Enseñanza Artística y Ediciones en el Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura. Fue Analista en la Dirección General de Gobernación, de la Secretaría General del Gobierno de Aguascalientes. Colabora como columnista en el periódico La Jornada Aguascalientes y como editorialista en Radio BI en temas de política, Derechos Humanos, y cultura. Ha sido actor y director de teatro. También ha laborado como docente universitario para distintas instituciones en las áreas de Ciencia Política, Comunicación, Mercadotecnia, Derecho y Artes Escénicas.
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