Leer La fabulosa máquina del sueño es como entrar en un sueño ajeno donde, de pronto, te das cuenta de que también estás soñando tú. José Donayre, en esta obra publicada originalmente en el Perú, en el año 1999 y ahora reeditada por Suburbano Ediciones en Estados Unidos, propone una experiencia de lectura extrema, inquietante, hermosa, sensorial y sin mapas.
No es fácil contar de qué trata esta novela, y eso no es una falla. Al contrario, es parte del pacto que propone. Para habitar su mundo hay que abandonar la lógica del realismo y dejarse llevar por una prosa que parece escrita desde un trance. O desde una máquina, quizás. Una máquina del sueño.
Anatomía de una distopía
El universo que construye Donayre no es un futuro con autos voladores ni ciudades hipertecnológicas. Es más bien un presente corrompido, una sociedad desfigurada por el insomnio del poder, donde la única forma de resistencia o de revelación ocurre en el terreno de lo onírico. En ese marco aparece “la fabulosa máquina”, un artefacto de origen difuso, de funciones múltiples, que altera, traduce y captura los sueños.
La novela es, en parte, el relato de quienes la diseñan, la alimentan y la sufren. Alius, Gala, Aldo, Fedra, Mara, entre otros, giran en torno a ella como satélites enfermos. Hay sexo ritual, niños sacrificados, ciencia alquímica, escenas que parecen de una película de David Cronenberg escrita por Georges Bataille. En un momento, por ejemplo, se describe cómo Gala “lo desnudó entre besos y palabras cabalísticas, lo acarició y lo roció con agua fresca”, mientras otro personaje espera “con su rostro devorado por gusanos”. El efecto es tan onírico como perturbador.
En otro episodio, mucho más directo, Mara —también llamada Lilith— extrae de un costal a un niño de seis meses y, sin preámbulos, “cortaba las venas de la muñeca izquierda del niño para la sangría”. Luego, “tomó el cuchillo e hizo un corte perfecto desde el bajo vientre hasta el tórax”. La escena es brutal, pero en la lógica del libro funciona como un ritual más: ofrecer sangre y cuerpo para que la máquina funcione o se alimente.
Lo distópico aquí no está en el mundo externo, sino en la conciencia. La identidad es inestable, la memoria es fragmentaria, el cuerpo es carne intervenida. El lector asiste a una caída, pero no hay un fondo, solo más niveles de percepción, más capas de sueño.
Lenguaje como estado alterado
La escritura de Donayre no es solamente experimental. Es excesiva, hipnótica, minuciosa en su deformidad. Cada escena es un collage de sensaciones, imágenes, palabras que se repiten y mutan. No hay capítulos tradicionales, sino episodios que se abren como heridas o como entradas de un diario escrito desde un encierro mental.
El ritmo es fragmentado pero constante. Uno no sabe nunca bien dónde está, y eso es justo lo que el libro quiere. Desorientar para ver de otro modo. Así lo muestra el estilo: barroco pero afilado, poético sin caer en la cursilería, brutal sin necesidad de gritar.
Hay párrafos que parecen sueños transcritos, otros que se sienten como confesiones sucias, otros como manifiestos filosóficos en clave onírica. La máquina no está solo en la historia, también está en el lenguaje.
Un acto de insurrección estética
Donayre no busca complacer. Su novela incomoda, perturba, sacude. Pero es también una propuesta política. En un mundo dominado por sistemas de control —sociales, biológicos, simbólicos— el sueño se vuelve el último territorio libre. Y esa libertad no es luminosa, es oscura, inestable, salvaje.
Por eso La fabulosa máquina del sueño no solo es una obra clave de la literatura peruana de las últimas décadas. Es también un gesto de ruptura. En tiempos de literatura complaciente o previsiblemente bienintencionada, Donayre propone un descenso a la bestia. Y lo hace con una voz propia, radical, ambiciosa.
Cuando termina el sueño
Al cerrar el libro, una sensación extraña permanece. No es claridad ni conclusión. Es algo más parecido al eco de una pesadilla que, de alguna manera, fue placentera. El lector se queda con una imagen que lo resume todo: una máquina imposible, de mil ojos verdes y mil labios escarlata, que no sirve para nada… salvo para recordarnos que soñar, a veces, puede ser una forma de sobrevivir.