La herida y la máscara: cuerpos en fuga en Antifaces

Una ciudad, ocho mujeres, mil silencios

En Antifaces, Jennifer Thorndike construye un paisaje emocional hecho de fragmentos, rupturas y evocaciones apenas sostenidas. Son ocho cuentos, pero podrían ser uno solo que se descompone en distintas voces, cada una con su tono herido, íntimo, urgente. El hilo común es el cuerpo: su desgaste, su memoria, su resistencia.

Lo que se arrastra y no se dice

En “NY Doesn’t Love You”, la ciudad no ama, no abraza: observa. Una mujer deambula mientras arrastra consigo un duelo imposible, una rabia no nombrada, una extranjería que no es solo geográfica. Como en muchos cuentos del libro, lo que duele no se dice, se insinúa. Y esa elección estilística de Thorndike —esa apuesta por lo contenido, por lo que no se grita— es lo que le da a los relatos su temperatura emocional: una especie de fiebre baja que no baja nunca.

“Labios ajenos” transita la tensión entre el cuerpo que desea y el cuerpo que teme. El amor lésbico se vuelve aquí una experiencia marcada por el extrañamiento. La protagonista desea unos labios, pero teme los suyos. Todo contacto tiene filo. La belleza del cuento está en su ambigüedad, en cómo el deseo y el miedo conviven sin resolverse.

Sobrevivir no es suficiente

En “Sobrevivientes”, la protagonista no quiere ser víctima, pero tampoco sabe cómo salir del lugar en el que la ha puesto la violencia. Lo más fuerte del relato es cómo Thorndike retrata la fragilidad sin sentimentalismo. No hay redención, no hay consuelo, solo una forma tensa de seguir viva. Lo mismo ocurre en “Día de salida”, donde una mujer se enfrenta al umbral entre la reclusión y la libertad, y ninguna opción parece del todo habitable.

Los cuentos avanzan en ese tono contenido, cargado de imágenes potentes pero sin estridencias. Hay cuchillos, camas, cuartos, cuerpos recostados, cicatrices. También hay momentos de ternura inesperada, como si la autora nos recordara que incluso en la ruina hay restos de amor, aunque estén cubiertos de polvo.

Escritura como espejo oscuro

Confesión-edición impresa es uno de los cuentos más inquietantes del libro. Juega con la idea de que toda escritura es una forma de confesar algo que no puede decirse de otro modo. La narradora se enfrenta al hecho de ser mirada, leída, descompuesta por otros. Es una reflexión poderosa sobre el cuerpo-escritura y sobre la exposición: ¿quién decide qué es verdad cuando se publica una herida?

En el último cuento, “La cara sobre la almohada”, la muerte y el deseo se cruzan en una escena doméstica que se vuelve perturbadora. Lo íntimo se vuelve amenaza. El cuerpo amado también puede ser un territorio hostil.

Sin resolución, pero con eco

Antifaces es un libro que incomoda con sutileza. No hay giros espectaculares ni estructuras efectistas. Lo que hay es una voz firme, que trabaja con el susurro y la sugerencia, y que nos enfrenta a lo que no solemos querer ver: que muchas veces las heridas no se cierran, solo se cubren con una máscara. Pero esas máscaras —esos antifaces— nunca encajan del todo. Siempre dejan entrever algo.

Jennifer Thorndike confirma en este libro su capacidad para escribir desde el borde. Cada cuento es una pequeña grieta por donde se cuela la luz, pero también el dolor. Leerla es una experiencia que permanece.

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