Historia de un brazo de Ricardo Sumalavia

Un miembro fantasma llamado memoria

Ricardo Sumalavia traza en Historia de un brazo un mapa íntimo del desmembramiento. El de una familia, el de un cuerpo, el de una historia. Al comienzo parece un relato sencillo: los padres del narrador se separan, mantienen una relación cordial, ella inicia otra vida con Braulio, pero termina cuidando al exmarido enfermo como si fuera un hermano. Todo suena casi normal, hasta que un detalle rompe la lógica: entre los botones de la camisa del padre, emerge un pequeño brazo —un “brazuelo”— que imita apretones de manos.

El narrador no cuestiona la existencia del brazuelo. Lo acepta, lo observa, lo recuerda. Y con él, recuerda también su propia lejanía con el padre, las culpas no asumidas, las decisiones que lo mantuvieron a salvo, lejos del deterioro físico y mental que lo fue apagando. La enfermedad del padre no se presenta como un evento, sino como una lenta transformación. Hemodiálisis, caídas, pañales que se arranca con furia, noches de gritos y confusión en la clínica. Todo se va volviendo más opaco, más difícil de sostener.

La figura del brazuelo parece un símbolo de lo que queda cuando ya no queda nada. Un resto, un gesto que persiste incluso cuando la dignidad, el lenguaje y la memoria comienzan a fallar. Pero lo que realmente conmueve es cómo Sumalavia cuenta esta historia sin grandilocuencias. La emoción está contenida, los vínculos familiares aparecen sin adornos, incluso cuando se vuelven extraños o poco convencionales. La madre se muda con su exmarido para cuidarlo, sin dejar su relación con Braulio. Las cosas no se explican, simplemente se narran, como si el mundo fuera naturalmente así de complejo.

El narrador asume una distancia prudente. Está presente, pero no del todo. Ama, pero no siempre sabe cómo demostrarlo. Participa, pero evita el centro del dolor. Esa ambivalencia atraviesa el texto entero. Y es tal vez ahí donde radica la fuerza de esta novela breve: en mostrar cómo el amor y el abandono a veces conviven, cómo se puede querer sin saber cuidar, cómo incluso lo más extraño —como un pequeño brazo que aparece en el pecho de un hombre viejo— puede convertirse en una forma de permanencia.

Historia de un brazo no busca impactar con lo raro, sino emocionar desde la rareza. Es la memoria la que habla, fragmentada, algo culposa, pero lúcida. Una voz que no olvida lo esencial, aunque ya no tenga palabras para nombrarlo.

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