Respirar para no olvidar

 

Una madre recién parida le escribe a su hija de dos meses. La escena ocurre en Brooklyn, en 2018, pero los hilos que se activan vienen desde Galicia, desde Rosario, desde los conventillos y las cartas dictadas en voz alta porque nadie sabía escribir. Así empieza O ar, un libro que no se presenta como tal, sino como una carta. Pero esta carta es también una historia familiar, una memoria del cuerpo y una forma de duelo.

La escritura de Mariana Graciano no narra, sopla, invoca, borda. Todo lo que parece anecdótico se vuelve resonante. La migración, la maternidad, el amor, el exilio, el cáncer, las siestas con el abuelo, el quiosco en Rosario, el olor a Marlboro, los viajes en colectivo al campo. El libro no quiere contar una historia cerrada, sino armar una trama para que algo no se pierda: “Esta historia que te cuento, Nia, es una historia de impotencia, es una historia que intenta transformar la impotencia en otra cosa. Un intercambio, un texto, una trama” .

Escuchar a las que vinieron antes

Lo más poderoso de O ar es cómo Graciano construye un linaje. No de sangre, sino de palabras. A lo largo del libro, la autora intercala la voz de su abuela —la Lela— en relatos manuscritos, recuerdos hablados y escenas entrañables. La carta se vuelve entonces un texto de múltiples voces, como si escribieran juntas. Entre mujeres.

No hay épica en el sentido tradicional. Lo que hay es un inventario de lo cotidiano: cómo se hacía un pespunte, cómo se lavaban los tarros de leche, cómo se llevaba en bicicleta un órgano eléctrico para ir a clases de música. Y al mismo tiempo, todo es profundamente político: lo que el exilio borra, lo que la dictadura dejó en el cuerpo, el trabajo doméstico invisible, el machismo transmitido como receta de cocina.

La ausencia también tiene cuerpo

El padre —muerto poco después del nacimiento del primer hijo de la autora— es la figura ausente que estructura el texto. A medida que le cuenta a Nia quién fue su abuelo, Graciano también se reconstruye como hija. El dolor no se narra con solemnidad, sino con una sensibilidad contenida, precisa. Hay un esfuerzo por hacer cuerpo la ausencia: sus manos, su risa, el ruido de su tos a la mañana, su colección de bombos y tangos, su alergia compartida.

Pero O ar no se queda en el duelo. También es una celebración del legado amoroso: “Porque desde tus tatarabuelos hasta esta parte, toda esta familia fue concebida con muchísimo amor. Y eso es lo único importante y lo único que permanece, se transmite, se contagia, se propaga” .

Un libro como un tejido

No hay capítulos ni estructura tradicional. Hay una escritura que avanza en espiral, que vuelve, que borda, que respira. Como si el texto mismo imitara ese cuerpo que se mueve entre la vida y la muerte, entre el recuerdo y el presente, entre el aire que entra y el que sale.

Lo notable es que nada suena forzado. Graciano tiene una prosa límpida, íntima, sin pretensiones, pero profundamente literaria. Leerla es como sentarse a escuchar a alguien querido que necesita contar, no para informar, sino para acompañar.

El aire, al final, era esto

No sabemos si la pequeña Nia, en su adultez futura, leerá esta carta. Pero nosotros sí lo hacemos. Y eso convierte este texto en algo más que un recuerdo privado. Es una cápsula de memoria, un homenaje a las mujeres que sostuvieron el mundo sin que nadie lo notara, y un acto de amor.

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