Cárdenas

Yo tenía ocho años y estaba en cuarto grado de primaria. Era más alta que mis compañeras de clase. Mi timidez, combinada con una explosión de energía y sentido del humor, hacía que gozara del afecto de las maestras y maestros, pero también del odio de algunas niñas de mi salón. Eran cinco. Solo recuerdo el apellido de ella, la líder, una niña con mirada amarga: Cárdenas se llamaba. Todos sabíamos que en su casa la maltrataban con castigos extremos: según contaban sus amiguitas, la obligaban a pararse con los brazos abiertos en cruz, con un ladrillo en cada mano, y en esa posición, su papá le propinaba correazos que dejaban huellas violáceas en sus piernas y su espalda.

Toda la primera parte de ese año logré pasarlo sin mayores conflictos, a pesar de ser objeto de sus burlas y amenazas. Pero una mañana le pedí a mi madre que me prestara su vincha, esa que tenía rositas de colores. Mi mamá accedió a dármela, no sin antes recordarme las consecuencias de una eventual pérdida de la misma. Si algo le sucedía a la vincha, la correa sería mi destino.

Llegué al colegio y pude sentir la filosa mirada de Cárdenas. Durante la clase me pasaron un papelito que decía «Dame tu vincha y no te pasará nada en el recreo». Sentí miedo, pero otra emoción, hasta ese momento desconocida, se instaló también dentro de mí. Solo giré mi cabeza y sostuve la mirada de Cárdenas.

Pude acercarme a la maestra, mostrarle el papelito, pedirle ayuda. Pero no lo hice. A la hora del recreo fui a mi lugar favorito: el árbol de mango. Todo sucedió rápido. Cárdenas, con otras cuatro niñas, venía hacía mí diciendo cosas que no puedo recordar. Esa escena en mi cabeza ya no tiene sonido. Recuerdo sus caras desfiguradas por muecas grotescas que las hacían ver de mayor edad. Vi a Cárdenas abalanzarse sobre mí y, en un gesto inesperado y con una fuerza nueva, agarré sus cabellos y la lancé contra una piedra enorme que había junto al árbol. Todas nos quedamos en silencio, paralizadas. De la cabeza de Cárdenas brotaba un chorro rojo y espeso. Me quité la vincha y la arrojé sobre el charco de sangre. No guardo ninguna otra imagen de ese momento. Solo me recuerdo a mí misma regresando a casa con un ladrillo en cada mano.

*Cárdenas forma parte del conjunto de cuentos del libro Húmedos, sucios y violentos

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