Gonzalo Baeza

El último comunista de Miami

El cubículo y la oficina no son el lugar más inspirador para un relato, pese a que muchos pasamos gran parte de nuestras vidas en esa pantomima que es trabajar, pretender que lo haces mientras actualizas tu status en Facebook, y desarrollar tanto tus capacidades profesionales como un incipiente síndrome del túnel carpiano. Desde el Bartleby de Melville (y seguramente antes), la vida oficinesca ha originado un subgénero literario que en estos tiempos de incertidumbre económica vuelve a cobrar prominencia. La “literatura de oficina” (a falta de un mejor nombre) suele caracterizarse por el sarcasmo kafkiano de sus personajes, seres atomizados que trabajan para – y se encuentran a merced

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El último comunista de Miami

El cubículo y la oficina no son el lugar más inspirador para un relato, pese a que muchos pasamos gran parte de nuestras vidas en esa pantomima que es trabajar, pretender que lo haces mientras actualizas tu status en Facebook, y desarrollar tanto tus capacidades profesionales como un incipiente síndrome del túnel carpiano. Desde el Bartleby de Melville (y seguramente antes), la vida oficinesca ha originado un subgénero literario que en estos tiempos de incertidumbre económica vuelve a cobrar prominencia. La “literatura de oficina” (a falta de un mejor nombre) suele caracterizarse por el sarcasmo kafkiano de sus personajes, seres atomizados que trabajan para – y se encuentran a merced

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