Una joven artista que pinta con la bilis y los ojos de su amante muerto, un niño que encuentra a su compañero de clase macerado en almíbar dentro de un barril, una madre que resbala en la ducha y se incrusta vidrios en la cara, y un monstruo marino que susurra a su víctima: “Eres la presa que esta noche vamos a cenar”.
Relatos Arcanos, de Tanya Victoria, no es solo una colección de cuentos. Es una experiencia visceral. Un descenso a los sótanos de la mente humana, esos donde conviven el deseo, la culpa, el hambre y la violencia.
El arte de lo excesivo
La escritura de Tanya Victoria Baeza es excesiva en el mejor de los sentidos. Sus personajes aman demasiado, odian con furia antigua, desean con cuerpo entero. Lo que en otros autores sería exageración, en ella es estilo: su prosa mezcla lo poético con lo grotesco, lo íntimo con lo apocalíptico. La violencia aparece, pero no como espectáculo: aparece como consecuencia. De lo que se calla, de lo que se hereda, de lo que se desea y no se puede nombrar.
En muchos de sus cuentos, las mujeres son protagonistas, pero no en clave redentora ni heroica. Son protagonistas que matan, que gozan, que huyen, que sobreviven a madres tóxicas o a maridos violentos. Son mujeres complejas, tiernas y crueles, marcadas por un pasado que nunca termina de irse.
Una baraja de horrores
“Azul”, el primer relato, marca el tono del libro: una historia de amor y arte que termina en asesinato, pintura hecha con sangre, y una escena final que combina alquimia y venganza con una belleza espantosa.
“Las Ninfas” es el monólogo de una monja en estado de delirio confesional, obsesionada con dos alumnas poseídas por la lujuria. Aquí, el deseo lesbiano y el fanatismo religioso se mezclan hasta volver indistinguibles.
“Río Vermilion” es uno de los relatos más logrados: tres amigos en la infancia encuentran un cadáver en un río contaminado. Treinta años después, algo los hace volver. Hay aquí una poética de la culpa, de lo no dicho, de lo que el agua (y el tiempo) no limpia.
En “Los bien portados”, una maestra francesa prepara dulces deliciosos para sus alumnos… y termina sirviendo a uno de ellos. El cuento alterna lo tierno con lo macabro en una mezcla que solo puede funcionar cuando se escribe con tanto control.
“Atroz” es un tour de force: el monólogo de un acosador obsesionado con una escritora. La voz narrativa es tan convincente, tan seductora, que uno quiere seguir escuchando aunque todo esté mal. Una especie de Lolita invertido y distorsionado, donde la locura habla y se justifica.
Hay también mutantes, sectas inspiradas en las Poquianchis, niñas violentadas que se transforman en arañas, y cuerpos que fermentan entre frutas podridas. El horror, en Tanya Victoria, nunca es gratuito. Siempre viene de un lugar interno, como si algo hubiera estado pudriéndose desde antes.
El cuerpo como territorio
Lo físico es central en todos los relatos. Hay cuerpos marcados, deseados, descompuestos, violentados, ofrecidos. Pero nunca hay complacencia en la descripción: el cuerpo es el campo de batalla de las historias, el lugar donde se inscriben los miedos, los placeres y las memorias.
Los cuentos están intercalados con cartas del tarot, como si cada relato fuera una revelación del destino. La estructura refuerza esa sensación de estar leyendo una baraja oscura: no se trata solo de qué pasa, sino de qué significa lo que pasa. Qué te deja. Qué te arranca.