¿Puede una vida entera explicarse por una sola noche de fuego? ¿Y puede un crimen redibujar el mapa emocional de un país? En Veneno, Hugo Fontana nos entrega una novela que es, al mismo tiempo, una crónica febril, una carta de despedida y un canto oscuro a la errancia.
Un crimen y mil respuestas rotas
La historia parte de un hecho brutal: un uruguayo, Jorge Eduardo González Broemberg —“Tapita” para sus amigos—, es ejecutado por inyección letal en Texas tras provocar un incendio en un hotel donde mueren veinte personas, en su mayoría homosexuales. Pero la novela no se agota en ese suceso. Fontana no escribe una novela policial, sino un relato coral y melancólico sobre el fracaso, el exilio, la culpa, la imposibilidad de comprender del todo a quienes amamos.
Lo notable aquí no es tanto lo que ocurrió como lo que no logra explicarse. Tapita es un personaje difuso, roto por dentro, que jamás termina de revelar su herida. El narrador —un amigo del pueblo natal— reconstruye su historia con una mezcla de asombro, tristeza y lealtad. La voz narrativa oscila entre la ternura, la indignación y el desconcierto, como quien intenta sostener el peso de un recuerdo que quema en las manos.
De Toledo a Texas: una cartografía de la desolación
Fontana alterna escenas del pasado con el eco mediático de la ejecución. Hay algo profundamente uruguayo en este relato: la forma en que la política, la farra, el fútbol y la represión conviven en una misma escena. También, una sensibilidad marcada por la dictadura, el exilio, el silencio como forma de defensa.
El autor traza con maestría la geografía de Toledo, ese pueblo donde todos se conocen pero pocos se entienden. Hay una galería de personajes secundarios (el primo, los amigos, las novias) que enriquecen la novela con su mirada breve y humana. Y entre los recuerdos, aparece siempre el espectro de un Tapita contradictorio: a veces generoso, a veces cruel, a veces perdido en su propio humo.
El veneno que llevamos
Lo más poderoso de Veneno no es su trama, sino su tono. Fontana escribe con una prosa contenida, seca pero lírica, capaz de conmover sin exageraciones. El título no se refiere sólo a la sustancia letal que termina con la vida de Tapita, sino al rencor, la frustración, el deseo reprimido que va envenenando su historia y la de muchos otros.
La novela es también una crítica sutil a la pena de muerte, al sensacionalismo mediático, y al modo en que los países centrales castigan sin entender los contextos. Pero no hay panfleto: hay pena, desconcierto, dolor sin moraleja.
Un fuego que no se apaga
Veneno es una novela breve, intensa, que deja una marca. No busca absolver ni condenar, sino acercarse al misterio irresuelto de una vida cualquiera. Tapita podría haber sido un héroe de barrio, un pariente lejano, un tipo más en el club Juventud Unida. En cambio, termina siendo un símbolo incómodo de todo lo que no sabemos explicar. Y eso, justamente, es lo que la convierte en una lectura inolvidable.