El grito que no se olvida: sobre Eni Furtado no ha dejado de correr, de Alicia Kozameh

Eni Furtado corre. Corre con la desesperación del cuerpo que no encuentra descanso, del alma que no encuentra refugio. Corre desde las primeras páginas de esta novela estremecedora de Alicia Kozameh, que no se escribe solo con palabras sino también con cicatrices. Porque Eni Furtado no ha dejado de correr no es solo un relato —es una forma de resistir, de dar testimonio, de sobrevivir.

La autora argentina, ex presa política y figura clave de la literatura de la memoria, vuelve a sumergirse en las zonas más oscuras de la infancia, el abuso, la culpa y la construcción de la subjetividad femenina bajo la violencia patriarcal. Pero esta vez lo hace con una estructura desarmada y conmovedoramente honesta: la novela avanza como un collage de voces, fragmentos, recuerdos, diálogos rotos, cartas, pasajes íntimos y hasta anotaciones que parecen sacadas de un cuaderno infantil.

Voces que se entrelazan, cuerpos que hablan

El eje narrativo parece simple, pero es devastador: Alcira, ya adulta, reconstruye una historia que le marcaría la vida para siempre. En la infancia, su familia “adopta” temporalmente a Eni Furtado, una nena de apenas ocho años. La relación entre ambas niñas crece en medio del caos de una familia disfuncional y una madre absorbente. Pero un día, Eni desaparece de la casa. Se esfuma sin despedirse. Años después, Alcira inicia una búsqueda desesperada para saber qué fue de Eni, y lo que encuentra es tan revelador como insoportable.

En ese reencuentro emerge la verdad que siempre estuvo latiendo detrás de la ausencia: Eni fue víctima de abuso sexual por parte del padre de Alcira. La madre, cómplice silenciosa, decide expulsarla de la casa para preservar la “reputación familiar”. La novela, entonces, se convierte en un grito contenido durante décadas. Una denuncia feroz pero también un intento de reparar lo irremediable.

Escritura como desgarro

Kozameh no elige la forma convencional. Lejos de una narrativa lineal o limpia, su prosa es fragmentaria, dislocada, plagada de idas y vueltas, interrupciones, notas al margen, reflexiones metapoéticas y saltos de punto de vista. Este estilo no es un capricho: es la forma que encuentra para representar la fractura, la herida, la memoria imposible de ordenar. El lenguaje se rompe para que la verdad aparezca.

El resultado es una experiencia de lectura exigente pero profundamente movilizadora. Hay pasajes de una ternura insólita, diálogos que desgarran, momentos de humor oscuro, y escenas de una crudeza que quita el aliento. La novela no escatima en mostrar el cuerpo de las niñas como territorio de conflicto, de abuso, de poder. Pero también, como espacio de resistencia, de deseo, de inteligencia precoz.

Y, sin embargo, el amor

En el centro de este caos, persiste algo que se parece al amor. No al amor romántico, ni siquiera al familiar, sino a ese amor vital que nace de la empatía y del reconocimiento mutuo. Alcira ama a Eni como a una parte esencial de sí misma. En algún punto, se confunden. Se espejan. Y es en esa fusión donde Kozameh inscribe la posibilidad de redención.

La última parte del libro, con el reencuentro adulto, es profundamente luminosa, pese a todo el horror que arrastra. Hay una voluntad de comprender, de nombrar lo innombrable, de abrazar a la niña rota que cada una fue. El título —Eni Furtado no ha dejado de correr— cobra entonces un doble sentido: correr como huida, pero también como persistencia, como vida que se niega a apagarse.

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