Tragedia en Collins Avenue es una herida abierta. No es solo un relato periodístico: es una estructura de palabras construida sobre las ruinas de otra, la torre Champlain Sur, que se desplomó la madrugada del 24 de junio de 2021 en Surfside, Miami, llevándose 98 vidas. Pero en esta obra no hay cifras frías ni tecnicismos. Hay historias. Hay voces. Hay presencias. Y también ausencias.
Desde las primeras páginas, el libro plantea una paradoja: los edificios no colapsan. No sin aviso. No en Estados Unidos. No en América. Pero este sí. Y lo hace como si se tratara de un relato bíblico mal entendido: sin fuego, sin terremoto, sin guerra. Solo polvo. Solo silencio.
El relato coral: muchas voces, una sola noche
La estructura del libro es deliberada. Cada capítulo nos introduce a un personaje o grupo de personajes, construyendo un retrato humano antes de llegar al instante fatal. Es un coro trágico donde las voces resuenan incluso cuando ya no están. Cassondra, la modelo pelirroja amante de la astrología, ve cómo la terraza de la piscina se rompe desde su balcón en el piso 4. Llama a su esposo. No escapa. Se queda. Iliana Monteagudo, una mujer cubana de fe inquebrantable, se salva por una “voz” que la despierta. Baja corriendo por la única escalera que no colapsa. Vive. Los Barth, una familia colombiana que viajó para vacunarse contra el COVID y disfrutar de unas vacaciones, quedan atrapados. El capítulo dedicado a Valeria, su hija de 14 años, es demoledor: su talento, su entusiasmo, su amor por Messi… todo interrumpido por doce segundos de derrumbe.
Cada historia es una pieza que encaja en el rompecabezas. Y cada pieza, aunque conmovedora por sí sola, duele más al leerse en conjunto. Porque el libro no solo reconstruye una noche: reconstruye una comunidad. La torre Champlain Sur no era solo un edificio con vista al mar. Era una geografía humana. Y el autor —o los autores, ya que se trata de un trabajo coral también en la escritura— logran que lo entendamos desde la primera línea.
Presagios ignorados: el edificio que hablaba en grietas
Uno de los logros más lúcidos del libro es cómo introduce, con delicadeza pero sin rodeos, los signos de alerta que precedieron al colapso. El informe Morabito de 2018 ya advertía que las filtraciones en la terraza estaban “causando gran daño estructural en las losas de concreto” y que el deterioro avanzaría “a un ritmo exponencial” si no se actuaba pronto . No se actuó.
Los capítulos sobre estas señales —las grietas, las vibraciones por una construcción vecina, los pedazos de concreto que caían— son dolorosos porque tienen el tono de lo inevitable. Algunos residentes querían vender. Otros, como Marcelo Peña, renunciaban al board de propietarios diciendo cosas como: “Este edificio se desmorona. Alguien puede resultar muerto”. Suena a guion, pero fue real .
El duelo imposible y la dignidad de los detalles
La virtud mayor del libro está en los detalles. Cada historia está escrita con un respeto que no impide la emoción. No hay morbo. Hay memoria. Cada párrafo está construido para que quien no conoció a Cassondra, Iliana, los Barth, o tantos otros, pueda conocerlos ahora. Como si eso fuera lo mínimo que se puede hacer ante una pérdida tan grande: no olvidarlos.
Hay frases que se quedan. Una de Cassondra, amante de los astros, que en Instagram escribió: “Mañana les cuento más”. Ese “mañana” nunca llegó. El libro lo rescata y lo convierte en una imagen potente: la ilusión de que siempre habrá un día más, una salida, una escapatoria.
Un periodismo que abraza
Esta no es una investigación técnica ni un reportaje sobre culpables. No busca señalar. No lo necesita. Es, como se advierte al inicio, un libro sobre las historias humanas detrás de una tragedia. Pero también es un libro sobre cómo la belleza puede engañar —un edificio que por fuera parecía lujoso y por dentro estaba enfermo—, sobre la fe, el azar y la manera en que el destino puede quebrarse en un instante.
El periodismo que aquí se ejerce es el que no busca impactar, sino acompañar. El que en lugar de titulares ofrece retratos. Y el que, incluso en medio del dolor, deja una estela de humanidad.
Un acto de memoria necesario
Tragedia en Collins Avenue nos deja con una certeza incómoda: esto pudo haberse evitado. Pero también nos deja algo más valioso: el eco de las voces que estaban ahí. Leerlo es, de alguna manera, hacerles justicia. Decir que no se han ido del todo.
En palabras de Milan Kundera, que abren el libro: “No hay nada más pesado que la compasión”. Quizás. Pero a veces, como aquí, esa compasión bien escrita es lo único que queda en pie.