En Húmedos, sucios y violentos, Kathy Serrano ofrece una serie de cuentos breves donde la violencia no irrumpe con estruendo: ya está ahí desde antes de que empiece la narración. Se respira en los silencios, en las miradas evitadas, en las rutinas que parecen normales pero no lo son. El libro se mueve en el terreno de lo doméstico, de lo íntimo, pero lo que aparece en escena es cualquier cosa menos apacible.
La tensión como forma
Los relatos están construidos con una economía notable. En unas pocas páginas —a veces incluso en media— Serrano logra delinear un universo completo. No hay tiempo para explicar demasiado: se entra directo en el corazón de la situación. Una mujer que prepara una huida. Un barrio que sospecha. Una adolescente que vuelve tarde a casa. Lo esencial ya está dado en el primer párrafo y lo demás se revela de a poco.
En ese sentido, el libro tiene algo cinematográfico, pero no en el sentido de lo visual o espectacular, sino en cómo cada escena está pensada para contar solo lo justo. Las frases son cortas, precisas, y el ritmo está siempre en función de la tensión. Los finales, lejos de buscar golpes de efecto, suelen dejar una inquietud que tarda en irse.
Los cuerpos y los márgenes
Uno de los aspectos más potentes del libro es la forma en que aparecen los cuerpos. No como objetos de deseo o de castigo, sino como espacios donde se inscribe lo vivido. Cuerpos que cargan con lo que no se dice. Hay niñas, madres, vecinas, ancianas, muchas veces nombradas apenas por una inicial. Esa omisión no resta humanidad, al contrario: refuerza la idea de que estos cuentos podrían estar pasando en cualquier lugar, en cualquier casa.
La violencia que atraviesa a estas mujeres no siempre es explícita. Muchas veces se sugiere, se insinúa, se oculta detrás de un gesto cotidiano. Pero siempre está. En eso, Serrano es contundente sin necesidad de levantar la voz.
Lo que queda después
El título del libro puede sugerir que lo que se va a leer es sórdido o extremo. Y si bien los cuentos no escatiman en dureza, hay algo más complejo en juego: una mirada honesta sobre la vulnerabilidad, la rabia contenida, la necesidad de escapar. No hay catarsis ni redención. Tampoco hay moraleja. Lo que queda después de leer Húmedos, sucios y violentos es una sensación incómoda, como si hubiéramos espiado algo que no nos corresponde pero que, de algún modo, también nos implica.
Serrano no hace literatura de denuncia. Hace cuentos. Y en ellos, lo que se muestra alcanza.