Amor, éxtasis y derrota: una mujer hecha de pistas electrónicas

 

En Electrónica, Enzo Maqueira compone una novela arrolladora, narrada con ritmo de after y sensibilidad de confesionario, donde una mujer de treinta y tantos —docente universitaria, exfiestera, drogona reformada, pareja en declive, hija cuidando a un padre enfermo— se obsesiona con un alumno adolescente llamado Rabec. Pero decir que Electrónica trata sobre una profesora que se enamora de un pibe de 18 es reducir brutalmente el alcance emocional, generacional y narrativo de esta novela cargada de nostalgia, sustancias, música y tiempo.

Un viaje interior con base en la pista

La voz narrativa, siempre cercana al monólogo interior, le da cuerpo y alma a la protagonista. No tiene nombre (o si lo tiene, poco importa): es “la profesora”, una mujer que vive el presente como si estuviera reconstruyendo un pasado más vibrante. Y ese pasado está hecho de música electrónica, Tiësto, pastillas, Natasha, el ninja, baños de boliches, fiestas descomunales donde se aprendía a amar a través del éxtasis —literal y químico—. La novela está escrita como un loop de electrónica: avanza, se repite, se distorsiona, se sobrecarga.

La profesora no puede —o no quiere— salir de ese trance. Aunque ahora corrija exámenes, prepare milanesas para Gonzalo, su pareja con pinta de buena persona que no la toca como antes, su mente sigue girando como bola de boliche. Y cuando Rabec aparece en el aula, con su flequillo, su timidez, su cuerpo joven y su capacidad para citar sus mismas palabras en un examen, ella cae en un delirio que confunde deseo, amor, revancha, maternidad, redención.

Una historia de generaciones partidas

Maqueira es agudo al captar una generación que se crió entre Los Simpson, MTV, la devaluación del 2001, los boliches de Palermo y el acceso a Internet como forma de vida. La protagonista es hija de los noventa, pero sobre todo es víctima de una adultez deslucida, intrascendente, que se le vino encima sin avisar. Ya no flashea con ketamina ni cree que el amor te salva: ahora tiene que cuidar a su padre mientras escucha películas porno de fondo. Y sin embargo, se resiste. Cree que puede enseñarle a Rabec lo que ninguna novia adolescente podría: llevarlo a comer ceviche, hacerle escuchar Air, enseñarle los chakras. Regalarle una planta de marihuana como un acto de entrega total.

Pero Rabec desaparece. Deja la carrera. Y la novela entra en su fase más patética —y por eso más conmovedora—: ella lo busca, lo hackea, le escribe, le ruega, le deja mensajes absurdos (“que nunca nos convirtamos en una estatua llena de caca”), le lleva una planta de regalo a su casa. No es solo un desliz ético ni una fantasía proyectada: es el último intento de recuperar algo que ya no existe.

Un mundo hecho de derrotas dulces

Electrónica está escrita con un oído prodigioso para lo íntimo, para la digresión que dice más que cualquier discurso cerrado. Tiene escenas memorables: la planta que nunca entrega, el mensaje visto que nunca se responde, el viernes a la noche mirando porno con su padre senil. Todo en la novela parece estar a punto de desmoronarse, pero Maqueira nunca fuerza el dramatismo. Deja que las cosas sucedan con una verdad incómoda, contradictoria y muy humana.

Más que un relato de amor inapropiado, Electrónica es una historia sobre el fin de la juventud, la nostalgia como adicción y la imposibilidad de encontrar sentido cuando ya se perdió la música que nos organizaba el cuerpo. Es también una crítica melancólica a una generación atrapada entre el flower power en versión ketamina y el mandato de formar una familia funcional. “Este futuro te exige demasiado”, dice uno de los personajes. Y Electrónica demuestra, con dolorosa belleza, que a veces no podemos con tanto.

 

 

Loading