Beatriz, la protagonista de Los libros de otros, no escribe un diario ni una novela: escribe un inventario. Uno que comienza como una lista de objetos acumulados en su casa y termina revelándose como un acto de memoria profunda, un registro del caos interior, del desorden emocional, del amor torpe y del miedo al vacío. Gabriela Polit Dueñas nos sumerge desde la primera página en la mente lúcida y punzante de una mujer mayor que vive rodeada de papeles, libros, electrodomésticos vencidos y recuerdos. Hay algo magnético en esa voz: enojada, entrañable, confundida, tierna, aguda, contradictoria. Una voz que dice verdades sin solemnidad, que se ríe de sí misma mientras se hunde, y que encuentra en las palabras una última forma de dignidad.
Beatriz fue bibliotecaria. Ordenó durante décadas los libros de otros. Ahora, en su vejez, se ve obligada por sus hijos a ordenar los suyos, los de su casa, los de su vida. Su hija Isabel vuelve después de muchos años, su hijo Benjamín insiste en que busque ayuda, que escriba, que arroje, que se cure. Ella se defiende con uñas, con fichas, con recuerdos que la asfixian pero también la sostienen. No hay redención fácil en esta historia, ni moraleja. Polit construye un personaje que se aferra a las cosas no por su utilidad sino porque en ellas late lo que ya no puede decir. “Si fuera así de fácil, habría un cajón donde guardar el miedo, otro para la soledad, otro para esconder los recuerdos y a todos les pondría nombres. Como a los archivos”, escribe. En ese gesto se cifra todo: la imposibilidad de nombrar lo vivido, de darle forma al dolor sin traicionarlo.
A lo largo del libro, Beatriz escribe en su cuaderno como quien busca un conjuro. La estructura fragmentaria va armando un mapa íntimo hecho de anécdotas, cartas que nunca envió, escenas domésticas, visitas al pasado y una curiosa relación con Albert, un joven que practica equilibrio sobre una cuerda frente a su casa. En esa cuerda ella ve su propia fragilidad. Lo observa como cuando era niña y miraba desde el borde a otros jugar. Lo espía, él lo sabe, y eso detona un vínculo inesperado que no se narra con erotismo, sino con delicadeza, ternura, deseo contenido. Hay en ese encuentro una humanidad enorme, una reconciliación con el presente, una oportunidad de salir de sí.
Pero Los libros de otros no es solo la historia de Beatriz. Es también una reflexión sobre las bibliotecas como territorios simbólicos: espacios donde el conocimiento intenta ponerse en orden, donde la memoria colectiva se clasifica, donde cada cosa tiene un código pero no siempre un sentido. Polit —ella misma académica y escritora— hace de esta novela un homenaje a ese universo silencioso de libros y etiquetas, de sistemas imperfectos como el Dewey o el Cutter, que pretenden ponerle nombres al mundo. Y también, una crítica a la exigencia de clasificarlo todo, incluso la vida, incluso a las madres.
La novela, publicada por Chatos Inhumanos, se despliega con una prosa sobria, íntima, sin exhibicionismo. Hay humor, dolor, ironía y belleza. Hay preguntas que no se cierran y personajes que se quedan resonando, como Paco, el primo, o Daniel, el exmarido, o la misma Gloria, la mujer que ayuda a Beatriz a limpiar la casa y que termina, sin querer, ayudándola a desenterrar una historia que necesitaba ser escrita.
Los libros de otros es un libro que se lee con la sensación de estar escuchando una confidencia preciosa. No hay aquí una gran trama, ni giros espectaculares. Lo que hay es vida, memoria, dignidad. Una mujer que, al final, logra escribir, aunque sea como quien repasa la caligrafía en un cuaderno de escuela. Nombrar es su forma de no rendirse. Su forma de vivir.