Adelanto de Luna roja en Barcelona, novela de Sergio Borasino

Anselmo

San Isidro, Lima. Junio, 2018

 

El refresco de caja tenía gusto a azúcar pura, el pan muy harinoso, la margarina goteaba, todo estaba denso, como la humedad del invierno en Lima. Todos se concentraban en sus desayunos tipo comida de avión, para evitar ver a alguien a los ojos. Entonces la enfermera pronunció mi nombre y hasta simpaticé con la idea de acabar con esa última parte del chequeo médico. El caballero de bigote blanco apeló al humor para tranquilizarme, pero yo no podía reír, y menos con sus desatinadas bromas. Cuando llegó el momento y sentí sus dedos con gel helado empujando mi ano, me resistí. Me miró fijo con ojos entrecerrados, decididos y me advirtió: ni compitas porque te gano. Me dispuse a cooperar con el procedimiento, dejándole notar mi malestar y conseguí salir de ahí. La certeza de estar sano no compensó el invasivo procedimiento y me arrepentí de haber establecido ese examen médico como obligatorio para todos los socios del estudio de abogados. Cosas que tenemos que hacer, me dije para tranquilizarme yo mismo.

Una hora más tarde, con Cinthya en el auto, noté cómo su alegría se transformó en nerviosismo en el momento que nos estacionamos frente a otra clínica para recoger a mi padre. No la culpaba, cada visita era diferente, dependía del estado mental de mi padre en ese momento. En ocasiones nos estaba esperando, en otras no nos reconocía, pero siempre insistía en ir al Buen Gusto, por las butifarritas y la chicha. Ese sábado, la enfermera nos informó que el último mes lo había visto lúcido, que le daba un gusto inmenso observarlo todas las mañanas disfrutando su periódico con tranquilidad, como un huésped, no como un paciente.

En el Buen Gusto, mi padre nos comentó cómo una paciente del centro de reposo ya se había acostado con, por lo menos, otros dos «huéspedes» pretendiendo que esto sucedía durante episodios de Alzheimer. Ellos habían contrastado sus encuentros y habían concluido que ella actuaba en pleno uso de razón. Mi padre narraba con entusiasmo, hasta que notó que dejaba ver sus ansias por recibir una visita semejante y nuestra aversión a esos temas privados. Entonces permaneció callado y concentró ojos y manos en su butifarra. Luego cambió el tema y me preguntó si mi estudio había perdido muchos clientes por mi renuncia al ministerio. No pude contenerme y rebatí que, por el contrario, mis clientes vieron con buenos ojos mi integridad y eso había sido favorable para el estudio. Era un tema que habíamos hablado muchas veces y no lograba comprender por qué mi padre no me entendía y, peor aún, no me apoyaba. Pero él continuó expandiendo su aliento a cebolla. Desde su punto de vista, lo íntegro hubiese sido que me quedase, que hiciera lo que el ministro de Justicia debe hacer, guiarse por las sentencias, no los rumores. Cinthya me agarró la mano y recordé que debía quedarme callado y seguir el protocolo recomendado por su doctor: no discutir y cambiar el tema. No me fue fácil. La atmósfera húmeda y fría se quedó inmóvil y yo me pregunté por qué aceptaba eso. Cosas que tenemos que hacer, me repetí.

Después de dejar a mi padre, le pedí a Cinthya ir a casa y cancelar la reserva del restaurante. Yo prepararía el aperitivo y haríamos parrilla. Ella aceptó, sabía que quería hablarle de algo. Con los piscos sours frente a nosotros, le anuncié que se me había presentado una oportunidad única, me estaban dando la razón. El presidente quería reponer a Anselmo Guzmán Valle Riestra como ministro de Justicia. Con eso, hasta el padre de Cinthya y el mío iban a tener que reconocer mis aciertos. Ella me estudió con resignación, ¿realmente lo necesitaba de nuevo? Iba a apoyarme, pero le dolía perder nuestra privacidad. Los seis meses que fui ministro terminamos hartos de los guardaespaldas. Yo no lo hacía por el estudio, ella sabía que yo necesitaba que me dieran la razón. No concordó con que valiese la pena un sacrificio de esa magnitud solo para nutrir mi orgullo, sin embargo, me apoyó porque se trataba de dejar inmaculada mi reputación. Para mí no existía otra alternativa.

*

A la mañana siguiente, los tres diarios que recibía en casa anunciaban la renuncia del jefe de consejo de ministros, y los siguientes pasos de su juicio. El presidente de la república en persona me había dicho que el ministro de Justicia saldría el lunes. Él plan era que mi regreso como ministro de justicia, cierre la discusión mediática con un mensaje fuerte en contra de la corrupción. Solo el diario de menor circulación mencionaba que yo había renunciado meses atrás, exigiendo que depusieran al primer ministro por corrupto y cómo había sido ignorado y remplazado injustamente.

Mientras examinaba las noticias sonó mi teléfono. Miré la pantalla con un mínimo deseo de interrumpir la placentera lectura en la que me sumía. Era Rogelio, mi socio en el estudio de abogados.

—¿Y tú cómo te enteras de todo tan rápido? —le dije sin siquiera saludarlo, seguro de la razón por la cual me contactaba un domingo temprano. Me recosté en el sofá, dispuesto a disfrutar el momento.

—Mi hija lo vio en Facebook. Esto es un problemón, Anselmo —su voz alarmante no me otorgaba la felicitación que me merecía. Mi reposición como ministro de Justicia aseguraría la fidelidad de nuestros clientes e, inclusive, nos permitiría decidir a quienes asesorar en el futuro.

Luego recaí en sus palabras y repetí casi por reflejo:

—¿Facebook?… ¿problemón?

—Está en todos lados. No sé qué le hiciste a Verónica, pero tienes que hacer que esto acabe, ¡ahora! ¡Que borre todo y que se retracte! —su tono era imperativo.

 Aún sentado, me incliné hacia adelante y coloqué la taza de porcelana sobre la mesa.

—¿Verónica? ¿De qué hablas? —pregunté ya irritado por la insolencia.

—¿Es que no lo sabes? Te está acusando de violador, ¡imbécil! Acaso no lo…

Fue todo lo que escuché antes que el teléfono se me cayera a la alfombra. Me recosté, mi presión descendía. Verónica, la abogada junior del estudio, tenía que ser ella. La llevé a su departamento el viernes después del coctel, me invitó a pasar y no acepté, y entonces me besó en la mejilla, acercándose más de la cuenta a mi boca, pero eso fue todo. ¿Ahora decía que la había violado? ¡No puede ser! Recogí mi teléfono y colgué la llamada de Rogelio, mientras él aún gritaba mi nombre. Ingresé a mi Facebook y empecé a entender en quién me había convertido gracias a Verónica.

*

Esa misma tarde de domingo, en una reunión de emergencia, mis socios no dudaron de mi impunidad, pero todos concordamos en que eso no sería suficiente si las noticias seguían expandiéndose. Rogelio y yo procuramos conversar con Verónica, pero su teléfono estaba desconectado y cuando nos presentamos en su departamento, su padre, utilizando el intercomunicador, nos exigió que nos retirásemos, y tuvo la audacia de amenazarnos con llamar a la policía.

Cinthya creyó en mí. Después de todo, ella me recibió en casa después del coctel del viernes y compartimos un vino.

Los titulares del lunes aumentaron las complicaciones. Nadie hablaba de la renuncia del premier, ni la del ministro de Justicia actual ese mismo día, eso no se comparaba a la historia de un millonario exministro de Justicia abusando de una joven profesional con un escote inadecuado. Las llamadas de los clientes no se hicieron esperar. Falsas frases de apoyo que elegantemente deslizaban amenazas o comunicaban un rompimiento «temporal» de relaciones.

            —Te tienes que ir —me dijo Rogelio sin rodeos al final del día—. Lo lamento, Anselmo, pero tu presencia solo tiene efectos negativos. Mira los titulares, ¡se burlan de ti! El ministro «Violín» Anselmo Guzmán Valle Riestra. ¡Tienes hasta memes circulando por WhatsApp! ¿Quién nos va a contratar así? O peor aún, ¿quién no nos va a despedir? Hoy hablé con la Telefónica, exigieron que, por ahora, toda relación con ellos sea confidencial, y que no le enviemos facturas hasta nuevo aviso… ¿a qué te suena eso? Yo los entiendo, están trabajando, Anselmo, y con la fama de usureros que ya tienen no pueden permitir que ahora se les vincule con el estudio del «Violín»… Uno más uno, ¡siguen siendo dos, Anselmo!

Conocía bien a Rogelio. A pesar de los años que llevábamos juntos, él actuaba como mi socio, no como mi amigo. Mientras me hablaba, movía los brazos tratando de dar énfasis a sus palabras y paseaba alrededor de la oficina con pasos largos, pero dubitativos. No estaba improvisando sus palabras, probablemente las había hasta practicado, como lo hacía con nuestros clientes. Me estaba negociando en base a sus intereses.

Alea jacta est. Me voy —respondí con dignidad.

Rogelio asintió y luego, con la cara arrugada, me confesó que había cerrado un trato. La noche anterior había regresado al departamento de Verónica y les había dado, a ella y a su padre, la perspectiva que necesitaban. Ella borraría todo, no habría demanda legal y esto terminaría acá. Verónica no se iba retractar públicamente, eso no lo había aceptado, pero esto acabaría de una vez. No supe qué decir y Rogelio dio la reunión por acabada. Me propinó una palmada en el brazo y salió de mi oficina.

Mientras manejaba de vuelta a casa, en mi cabeza resonaban las palabras del muy imbécil de Rogelio antes de que todo ocurriera. Tenemos que mejorar el clima laboral en el estudio, había dicho. Debí insistir en mi negativa o, por último, no hacerle caso a la coach que me aconsejó cambiar mi imagen parca. Los abogados modernos no son así, me dijo con total convicción. Acércate a las personas más jóvenes con temas que no sean de trabajo. Pregúntales por sus hobbies y hazles halagos. Eso abre la puerta para una relación personal. Los millennials adoran que les den atención y los traten como iguales, recomendó en tono de mandato. ¿Qué sabía esa señora de cómo debería comportarme? ¿Por qué le hice caso? ¡Maldita sea! Y como un estúpido le dije a Verónica que el vestido que usaba en el coctel le quedaba bien. Todos se sorprendieron, yo, el exministro Anselmo Guzmán Valle Riestra, ¿con cumplidos? Y ella ahí, sonriendo con su escote…

Ya en casa, le expliqué el cuadro a Cinthya, tratando de entenderlo al mismo tiempo. El mundo no es justo, Cinthya, comencé. Verónica no hizo denuncia y ya borró todo, no tengo un caso para demandarla, no en Perú. Si la demando para limpiar mi nombre, solo conseguiré que la gente me recuerde más tiempo como acusado de violación. Pero eso no es todo. A mis clientes les importa poco si la violé o si regularmente asesino niños… ¡Les da igual!  Solo les importa la opinión pública y cómo eso puede ensuciar su imagen, entorpecer sus negocios y es ahí donde estoy atrapado, porque mi trabajo es hacer exactamente lo contrario. Los asesores de imagen dicen que sepultar el tema es lo mejor, no declarar nada. En el mediano plazo esto se transformaría en un mito fácil de manejar. Cinthya me escuchaba rígida. Entonces, violador o no, es igual, estás fuera del estudio, por lo menos por un tiempo, ¿es eso lo que me estás diciendo, Anselmo?, me preguntó y a mi pesar asentí. Le comenté que íbamos a comunicarnos con todos los clientes, explicándoles que esto se trata de una calumnia, que ya fue manejada y que por ahora yo sería únicamente un consejero honorario del estudio. Si la prensa nos olvidaba pronto, conservaríamos a nuestros clientes. Cinthya rompió en llanto y me abrazó, y yo no supe quién consolaba a quién.

Los diarios del día siguiente especulaban que yo había comprado el silencio de Verónica. Anselmo Guzmán Valle Riestra no solo era un millonario violador, sino un exministro de Justicia que se sentía por encima de la ley. Los días siguientes, todos me dieron la espalda. Mis socios, mi familia, mis amistades me convirtieron en una persona no grata. El presidente ni se molestó en retirar la oferta de volver a ser ministro. Ninguno quería contagiarse de la lepra que me devoraba vivo. Entonces no aguanté y arremetí con denuncias contra Verónica y contra uno de los periodistas inescrupulosos. Como resultado, el jueves volví a los titulares de los periódicos, a los programas de prensa rosa y a los memes.

Cinthya y yo cancelamos nuestras cuentas de Facebook. Desde que fui ministro, aprendimos a ser reservados, pero hasta nuestras sobrias fotos eran publicadas en los diarios con montajes. Solo recibíamos insultos y acusaciones de gente que ni conocíamos. Los periodistas acechaban a nuestras amistades en busca de más información que tergiversar y publicar.

Solo Cinthya permaneció a mi lado, a pesar de convertirse en «la ingenua noviecita del ministro «Violín». Para ella tenía que haber sido aún más complejo, pues tenía la salida de abandonarme, como le sugerían sus padres. Cuando ella me pidió por tercera vez en la semana que nos fuéramos del país, yo accedí. Al subir al avión rumbo a Barcelona, después de las miradas acusadoras de todos en el aeropuerto, me sentí ultrajado y resolví tomarme dos pastillas para dormir.

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El Miami Review